Cuando reflexionamos sobre lo acontecido en el pasado rali de A Coruña, conseguir la tan necesaria serenidad resulta muy complicado. La seguridad vial y la investigación de accidentes de tráfico son mi profesión. El automovilismo, y en concreto los ralis, son mi deporte y mi pasión. No puedo dejar de compartir el dolor de los familiares de las víctimas, de Sergio y Luis Miguel, de todo su equipo, de la gente de One Seven, que con tanta ilusión había preparado la prueba, y en definitiva de todos los que de un modo u otro conformamos la gran familia del motor.
Quizá la opinión pública, ajena al automovilismo, no cuente con una visión clara de este deporte. Los ralis no son algo de ayer. Se trata de una disciplina deportiva de larga tradición. Los ralis no son una especie de desafío irracional al riesgo, son una manifestación de un deporte muy técnico y de gran desarrollo tecnológico. Los ralis son una disciplina deportiva que cada temporada crece en todas sus vertientes. Y si hablamos de ralis, Galicia tiene mucho que decir. Somos la comunidad donde más pruebas se organizan, donde más deportistas participan y, sin miedo a equivocarme, la que más aficionados aglutina. Los ralis en Galicia son un verdadero deporte de masas. El actual campeón de España de ralis es gallego, y presumiblemente otro lo será también el presente año. A lo mejor no hemos sido capaces de poner todas esas circunstancias en valor y, como en otras ocasiones y en otros ámbitos, Galicia es noticia por un acontecimiento desgraciado y de especial magnitud.
La organización y participación en un rali no se improvisa. Un rali requiere de un impagable esfuerzo de los organizadores, que, de forma desinteresada en la mayoría de las ocasiones, se vuelcan en la celebración de un evento para disfrute de los deportistas participantes y del público. Público que, al menos en nuestro país, concurre a él de forma gratuita. Además de los consiguientes permisos gubernativos, la organización ha de cumplir una reglamentación deportiva rigurosa, tanto en términos de seguridad como técnicos y deportivos. En definitiva, se trata de una actividad reglamentada y sujeta a una normativa.
Toda actividad que desarrolla el ser humano lleva implícito un riesgo, y en todos los deportes, manifestaciones culturales o cualquier fórmula de disfrute del ocio no existe el riesgo cero. Sin duda lo ocurrido el pasado sábado en las inmediaciones de Carral ha sido una tragedia, un trágico accidente, pero no mayor que las más de 13 víctimas en espectáculos taurinos en el presente 2015, o las 271 víctimas por ahogamiento en las playas y piscinas españolas en lo que va de año.
En los ralis, la seguridad es una prioridad para cualquier organizador. Y en este sentido se ha mejorado mucho y se sigue trabajando. La seguridad de los deportistas es vigilada por los organizadores a través de las verificaciones previas, y cada plus de seguridad que exigen las federaciones es acogido por los deportistas con sentido de la responsabilidad. Para ellos, los riesgos están más identificados y pueden prevenirse mejor.
Más complicado resulta garantizar la misma seguridad para los espectadores. Las organizaciones cuentan con un plan de seguridad donde, entre otros aspectos, se analizan los riesgos en cada punto del recorrido. La determinación de considerar una zona como segura es enormemente complicada y depende de muchos factores y variables que están presentes en la propia dinámica que encierra el accidente de todo vehículo.
Así, la evaluación del riesgo depende de la propia configuración de la vía. Una curva es igual de peligrosa en determinados puntos tanto de su exterior como de su interior, pues la dinámica del vehículo puede ser subviradora o sobreviradora. La selección de un punto elevado para colocarse, y su aparente seguridad, va a depender de la configuración de la propia cuneta, que en caso de una salida de vía puede actuar como detonante del vuelco y la elevación del vehículo, con el consiguiente riesgo para el espectador. El estado de la vía puede variar durante el mismo desarrollo de la competición y entre uno y otro participantes por circunstancias climatológicas o derivadas de los propios vehículos. El tipo de tracción del coche determina distintos comportamientos y, por tanto, distintas dinámicas generadoras de riesgos. En definitiva, la actuación preventiva de los organizadores es enormemente complicada, y no puede garantizar la ausencia de un riesgo. El estudio de los accidentes ayuda a diseñar políticas de prevención; pero una vez desencadenado el mismo, las posibilidades de su evolución conducen al infinito.
Por ello, y a pesar de todos los medios con que se cuente, y de todas las medidas preventivas desplegadas, la seguridad va a depender de la actitud que cada espectador adopte. Al final, es responsabilidad de cada uno adoptar las medidas preventivas adecuadas para disfrutar de la competición de una forma segura. En ocasiones, se desoyen las instrucciones de los comisarios de ruta. La propia condición humana hace que, a medida que se desarrolla la competición, se baje la guardia y nos familiaricemos con el riesgo. Y en ocasiones, no tenemos la suficiente información para percibir correctamente el riesgo que asumimos.
Cuando investigamos un accidente buscamos dar respuesta a tres cuestiones: qué, cómo y por qué sucedió. Con las respuestas obtenidas, se formulan distintas hipótesis, y no en pocas ocasiones llegamos a la conclusión de que, a pesar de haber actuado todos los agentes intervinientes con la diligencia debida, el conjunto de causas desencadenantes del siniestro provocan un final no deseado.