Lunes negro: un aviso muy serio

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias VALOR Y PRECIO

OPINIÓN

25 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo que está ocurriendo en las bolsas a lo largo de este complicado mes de agosto no constituye, desde luego, una sorpresa. Que en China se viene desarrollando desde hace años una enorme burbuja financiera es cosa más que sabida: por dar un solo dato, quizá no suficientemente conocido o divulgado, en el gigante asiático la deuda total de los agentes económicos ha crecido en más de 70 puntos porcentuales desde el 2008 (contribuyendo grandemente a que la deuda global sea hoy mayor, y no menor, que la que se registraba al comienzo de la crisis). Pero lo que no estaba en los pronósticos era un pinchazo tan intenso y virulento como el que estamos presenciando. Seguramente esto último se explica porque de pronto se ha hecho obvio que la economía china no crece ahora, ni crecerá en los próximos años, al ritmo que exige su tremendo proceso de transformación social: por debajo de un 7 % de expansión anual -que ahora no se alcanza- resulta imposible, por ejemplo, absorber la ingente fuerza de trabajo que se desplaza del campo a la ciudad.

En realidad, lo que estos días se está manifestando con toda crudeza son dos hechos muy preocupantes. Primero, que el conjunto del mundo emergente, que, recordemos, fue fundamental para evitar el colapso general en el 2009, dada su rápida y efectiva recuperación en aquellos meses críticos, adolece de graves problemas para mantener sus ritmos de crecimiento recientes. Todos los llamados BRICS -quizá con la excepción india- participan de esas dificultades en magnitudes y por razones diferentes: además de sobre China, se multiplican las dudas en torno al futuro inmediato de Brasil, Rusia, Sudáfrica o Turquía; lo cual trae los peores barruntos sobre las perspectivas del comercio internacional (en el que esos países han tenido un protagonismo tan positivo en el pasado reciente). La fuerte caída de los precios del petróleo en los últimos días son un claro reflejo de esas perspectivas de atonía productiva generalizada.

La segunda constatación nos afecta muy directamente: la economía global en la que vivimos sigue descansando sobre una bomba de deuda, con múltiples mecanismos de interconexión entre unas economías y otras. El que ahora el foco de la inestabilidad radique en la periferia y no en el centro (los países desarrollados), a diferencia de lo que ocurrió en el 2008, no servirá de mucho consuelo. Es verdad que nuestros sistemas financieros están ahora un poco mejor preparados para hacer frente a tormentas de cierta consideración. Pero que la tormenta viene, y que oiremos hablar bastante de ella durante el próximo otoño, parece fuera de toda duda.