Este es un verano aciago. Se están batiendo récords en las cifras de muertes violentas de mujeres y niños mientras el estupor y la impotencia nos golpean a todos. Un triste fenómeno que crece en una sociedad en la que, en teoría, existen los suficientes medios para proteger a las víctimas de la violencia de género. Pero la realidad es tozuda. Hayan denunciado o no, tengan más de 70 años o sean veinteañeras, disfruten de un buen nivel de vida o sean personas con escasos recursos, todas han fallecido de manera violenta y a manos de la persona que, en algún momento, dijo amarla. Así que si la sociedad tiene los medios y existe información más que suficiente solo cabe pensar que la culpa es de las mujeres. Sí, la culpa es nuestra por querer a la persona equivocada. La culpa es nuestra por disculpar el primer grito, la primera bofetada. La culpa es nuestra por intentar respirar lejos de su radio de acción. La culpa es nuestra por tardar tanto en reconocer que sus palabras, sus acciones, no son gestos de amor sino de posesión. La culpa es nuestra por sentir lástima por ellos. La culpa es nuestra por no denunciar, por no decidirnos a dejarle. Sí, la culpa es nuestra y de todos por no educar en igualdad y, sobre todo, por no condenar de manera eficaz el machismo, a veces asesino, que late en cada comentario inapropiado y en cada conducta inadecuada.