¿Cómo se dice en griego «il dolce far niente»?

OPINIÓN

15 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

G recia fue la adelantada de su tiempo. Y no vamos a hablar de su civilización ni del siglo de Pericles. La actual ha querido anticiparse a la constitución de los Estados Unidos de Europa y ser la que primero viva de los demás porque, como ha dicho Eduardo Mendoza, «desde que murió Aristóteles los griegos no han dado un palo al agua» (excepto Constantino Cavafis, añado yo).

Su razonamiento es simple. ¿Acaso los españoles no tienen su región menos rica en Extremadura (70,7 % del promedio del PIB per cápita europeo) en relación con Madrid (135,7 %) y le transfieren rentas para que no se quede atrás; e Italia en La Campania (66,1 %), frente a la Lombardía (135,1 %); y Francia en La Picardie (86,3 %) frente a la Ille de France (169,7 %), y Alemania en Brandenburg-Nordost (75,5 %) frente a Hamburgo (199,7 %), y el Reino Unido en Gales oeste (77,3 %) frente a Londres (335,9 %)? Por qué nosotros, cuna de la civilización europea, no podemos seguir viviendo de las transferencias de los demás si lo venimos haciendo desde 1980.

Los griegos son reacios a trabajar duro y pagar impuestos. Pretenden mantenerse en la eurozona y seguir al pie de la letra la frase italiana il dolce far niente: cuando recibió la herencia decidió entregarse a la ociosidad. La herencia fue la entrada en la CEE en 1980, luego en el euro en el 2001, merced al amaño de sus cuentas públicas; haber obtenido dinero barato, vivir por encima de sus ingresos y en permanente sinecura, y considerar que a todo tienen derecho.

Rebelarse contra el totalitarismo financiero y la tiranía de los mercados y de las instituciones económicas europeas e internacionales, contra los especuladores y la vieja casta, es lo que predican Syriza y todos los populismos europeos, llámense Podemos, Movimiento 5 Estrellas y demás partidos de extrema izquierda del sur (la única democracia es la mía), o los UKIP, Partido de la Libertad, Frente Nacional, de extrema derecha del norte (la nación sin mácula de contaminación extranjera). Los extremos se dan la mano en el Parlamento Europeo porque en el fondo les separa únicamente el aliño indumentario.

Con un sistema de partidos corrupto y destrozado, y una monstruosa e ineficiente Administración que siempre ha engañado en sus cuentas, Syriza es la única fuerza representativa. Alexis Tsipras debe optar «entre ser el modernizador de su país o un profeta», como le dijo el jefe de la coalición liberal, el belga Guy Verhofstadt, en el mejor discurso que se escuchó en la Eurocámara el 8 de julio. Y después de oírle, palpar el ambiente y constatar el ultimátum y el calendario que fijó Bruselas la pasada semana, incluida la convocatoria de la cumbre de los 28 jefes de Estado y de Gobierno de la UE (luego mutada a los de la zona euro al alcanzar un principio de acuerdo los ministros de Finanzas), parece que Tsipras ha escogido la modernización de un Estado fallido, que es lo que hoy es Grecia. Si lo hace y recupera desde hoy la confianza de sus socios, vendrá la quita con otro nombre, pero si incumple y vuelve a engañar en esta nueva oportunidad que le han dado, será su fin en la UE y deberá buscar su destino por otros derroteros, henchido, eso sí, del orgullo que ahora le ciega.