Hubo de desplazarse Nicolás Sarkozy desde Francia para hacernos ver que lo que nos jugamos en Grecia es mucho más que hacerle doblar la rodilla a Syriza y Tsipras y acabar con Varufakis. «El problema no es salvar Grecia, es salvar la zona euro», dijo el ex presidente francés, que tampoco es que sea un lumbrera en esto de los análisis. Y otra eminencia, Aznar, advierte de que Grecia puede arrastrar a la zona euro a la ruptura.
Porque solo los más iletrados pueden defender que la salida de Grecia del euro, si no cumple las exigencias, es la solución. Solo los simples no entienden que, si esto ocurre, el euro dejará de ser fiable; la unidad monetaria será una gansada; el contagio se llevará a otros países por delante y España no parece tener fuertes las defensas y, en definitiva, la eurozona saltará por los aires hecha añicos.
Si Grecia se cae, se cae Europa tal y como la concebimos. Por eso es difícil de razonar que haya quien crea que rechazando un tercer rescate y despidiendo a los griegos con todas las bendiciones solucionamos los problemas. Si el objetivo de todo este disparate es acabar con Syriza y similares proyectos; si lo que se pretende es ahogar rebeliones semejantes o forzar a Grecia a una bancarrota como revancha por sus desmanes, vamos por el buen camino. Pero si lo que pretendemos es salvar el euro, la eurozona y la Europa futura, seamos responsables e impliquemos en esa tarea a los helenos, a base de ayuda y convencimiento.
Nuestra historia está repleta de pulsos, revanchas y venganzas. Y nunca, nunca, existe un ganador. Eso es lo que hay que explicarles a estos bravucones y perdonavidas. Que lo que está en peligro no es Grecia, es Europa.