El niño de Ankolbibanda

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

27 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Aveces despierto por las noches sobresaltado con los ojos de Abessolo clavados en el alma. Abessolo es un niño de la aldea africana de Ankolbibanda y tiene una mirada tan profunda que va directa al corazón, tan dura como la acusación inapelable del fiscal más riguroso y tan inofensiva como el balar de un cordero. A veces, no viene mal un latigazo en la piel interior cuando la conciencia sufre el apagón del acomodo. Su hambre golpea en la noche como el tambor de la muerte. Un zumbido imparable que se repite reiteradamente, casi imposible de acallar. El azar ha colocado a ese niño en el lado equivocado del mapa. El dedo índice del destino lleva al inocente a un pozo sin presente y dudoso futuro. A Abessolo, cuando se levanta, no le espera la ropa limpia en la silla, ni el zumo listo encima de la mesa, ni la leche con cereales, ni siquiera la mesa, ni la mochila, ni los libros, ni la escuela, ni el centro de salud para llorar al ver la bata blanca del pediatra sonriente, ni tan siquiera el futuro o la esperanza, que es lo mínimo que un ser humano puede tener. Hasta le quitaron los sueños. Es más, los espíritus que les hablaban a sus ancestros desde la copas de los árboles, al amanecer o detrás de las montañas han desaparecido sin que puedan orientarlos en este universo con fronteras solo para ellos. Se los ha llevado la realidad cruel de este tiempo, en el que nos hemos subido a una nube digital mientras la realidad mata. El túnel de la imposibilidad tapona su luz. La humanidad ha llegado a poner sus pies sobre la Luna, pero mejor que los hubiese tenido asentados en la Tierra para desterrar la injusticia. La vida es un camino de oportunidades. A Abessolo se lo han cortado justo a la salida de Ankolbibanda.