La superioridad moral

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

22 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El escritor Michael Crichton, autor de Parque Jurásico, decía que el concepto de «superioridad moral» es casi siempre el argumento de quienes aplican medidas con poca base en la realidad o la ciencia, se esconden tras un movimiento que parece tener elevadas miras o buscan un argumento para justificar acciones extremas. Y añadía: «El hecho de que algunas personas salgan perjudicadas es considerado un mal menor porque se afirma que una causa abstracta es más importante que cualquier consecuencia humana. Una vez más, términos vagos como ?sostenibilidad? y ?justicia generacional? se emplean al servicio de una nueva crisis».Tengo la sensación de que este razonamiento o aviso puede aplicarse a lo que está sucediendo hoy entre nosotros. Los hechos ya no tienen un único sentido en sí. Por el contrario, significan una cosa u otra -e incluso son buenos o malos- según quien los protagonice. La objetividad es un valor en clara decadencia que aparece con demasiada frecuencia desfigurado por la parcialidad o el apasionamiento más cerril. La apropiación de la idea de «superioridad moral» se ha colado en el tablero nacional para desequilibrar el juego, y bien cabría decir que lo está consiguiente al establecer unas diferencias que determinan la naturaleza del acto según cuál sea la adscripción política de su autor. Estoy convencido de que es un mal pasajero, pero no pondría mi mano en el fuego porque vaya a ser así. Creo que los últimos resultados electorales, con la aparición de nuevas fuerzas políticas, han agitado las aguas y se han formado galernas que parecen destinadas a evolucionar y apaciguarse, sin por ello dejar de ser. La naturaleza del cambio todavía carece de una definición clara, pero ha venido para quedarse. Porque, como bien dijo John Kennedy, «el cambio es ley de vida, y cualquiera que sólo mire al pasado o al presente, se perderá el futuro». León Tolstoi, novelista ruso que retrató con gran acierto la condición humana, escribió que «todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo». Parece seguro que por entre estos cañaverales habremos de hacer nuestra singladura. Sin falsas superioridades morales.