Felipe VI, el año de los gestos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

20 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El primer aniversario de la proclamación de Felipe VI ha tenido una celebración sobre todo periodística. Y hay que decirlo: con visible tono de felicitación, porque la Corona goza de buena salud. Mediáticamente no hubo un solo reproche en estos doce meses. Socialmente, las encuestas publicadas coinciden en una alta y creciente valoración de su majestad y de la reina Letizia. Políticamente, se le respeta. Lo respeta incluso Artur Mas, aunque prepare la división traumática del reino. Y lo respeta Pablo Iglesias, aunque sea por conveniencia electoral. Parece que la crisis institucional que se había unido a las crisis económica y social se empieza a resolver por su parte más sensible. Felipe VI reina en estado de gracia.

¿Cuáles han sido las claves? Básicamente una: pasar un año sin cometer un solo error. Seguro que lo ha cometido, porque es humano, pero no trascendió. En su discurso de proclamación se propuso modernizar la monarquía, hacerla más transparente y convertirla en referente ético, y hacia esas metas orientó su actuación. Por eso este año ha sido, sobre todo, el año de los gestos: el año de reducción de salarios, de prohibición o control de regalos, de medidas de transparencia y de ese traumático golpe familiar de retirar el ducado de Palma a su hermana Cristina. Lo de ayer, eso de condecorar a ciudadanos desconocidos, pero de comportamientos heroicos, resultó un sencillo, original, pero magnífico cierre de año. Se puede decir que el rey Felipe hizo lo que el pueblo le pedía. Se le corresponde con reconocimiento, porque esta sociedad es la del Cantar de Mío Cid: «Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor». Dios, qué gran lección política, vigente siglos después.

¿Cómo se continúa, después de la exitosa política de gestos? Con más gestos. Un rey constitucional no puede hacer otra cosa. Sus funciones se limitan a arbitrar, moderar, representar a España y ser el símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Todo lo demás lo hace por iniciativa o con la autorización del Gobierno. Es mucho, pero difuso. Hoy, en este asomo al aniversario, me quiero fijar solamente en el detalle más doliente: la evolución de Cataluña. La unidad del Estado no debiera tener solo un símbolo como si fuese el himno o la bandera, sino formas de garantía y mediación cuando una parte se quiere desgajar. Me tranquiliza escuchar a uno de los catalanes más influyentes en Madrid que el rey «tiene el mejor conocimiento de la realidad de Cataluña», pero no ha conseguido todavía que ese dominio se transforme en apaciguamiento de la tensión soberanista. Cataluña es el 23-F de Felipe VI. Si mantiene su adhesión al Estado, tenemos monarquía. Si no la mantiene, ay, no tenemos ni España.