El tesoro y el olvido

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

20 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre los misterios del mar, el más sorprendente es que no huele igual en todas partes. Basta con acercarse a alguno de los extremos de Europa para comprobarlo. Esos puntos asociados a la idea de conquista, espiritual o material, del mundo. Espacios míticos, universalizados por sus leyendas. En Fisterra desprende un aroma distinto a Pointe du Raz (Francia), a Dingle (Irlanda), a Land's End (Inglaterra), a Cabo de Roca (Portugal) o a Sunión (Grecia), donde su templo a Poseidón está en el vértice de un triángulo sagrado que tiene en las otras puntas al del Partenón y al de Afaia, en la isla de Eginia. Son los otros misterios, los insondables que va dejando la humanidad.

Pasolini solía decir que el fin no existe, que solo hay que esperar a que suceda algo. En el Cabo de Roca, «onde a terra se acaba e o mar começa», según Camoens, sí que el fin asoma inmenso. Allí está el occidente último, un punto de partida para el océano, que lame día a día la base de los acantilados. Entre camelias rojas y sábanas blancas, cánticos de abubillas, limoneros bien cargados, las viejas corredoiras de Azóia tienen nombres evocadores, como la Rúa do Sol Poente.

En la península de Dingle, incluso en agosto la niebla lo cubre todo, como si las hadas no quisieran enseñar su guarida. Fue puerto de embarque de peregrinos para Santiago. Su iglesia, del siglo XVI, está dedicada al Apóstol. Pointe du Raz y el Land?s End han reconvertido sus misterios en atractivo turístico de éxito.

Al igual que Fisterra han sido puntos maltratados y abandonados durante la historia. Solo habitados por almas errantes igual que aves migratorias que anidan en sus acantilados. La soledad es su tesoro y el olvido, su castigo.