Esperanza y Caballero

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

17 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay personas que nacen sin sombra de autocrítica, seres humanos que no conocen el latigazo paralizante de la timidez, tipos que parecen manejarse a golpetazo de melena y cuyo eslogan existencial es un desconcertante porqueyolovalgo. La política es un terreno propicio para estos seres, entrenados desde pequeñitos en una técnica que el resto del tiempo se desprecia: hablar bien de uno mismo hasta la estupidez y mal de los adversarios hasta la locura.

Los partidos matan por tener a uno de estos individuos en sus filas porque esa mezcla de autoestima y caradura es muy magnética y produce un efecto inesperado en los demás. Son liderazgos de brocha gorda, más propios de caudillos que de referentes morales, pero si aparecen en el momento oportuno suelen funcionar porque son sujetos de apariencia inexpugnable que mandan sin matices ni reparos éticos y apuntalan su poder en la sistemática designación de enemigos a los que culpan de todas las miserias propias. 

Esperanza Aguirre borda ese descaro sin prejuicios con el que nacen algunos ricos, esos que conservan en los genes la convicción de que el mundo es un lugar que les pertenece en el que los demás sobrevivimos gracias a su graciosa generosidad. Esa dimensión de terrateniente existencial es la que le permite mentir sin despeinarse, parecer indignada cuando sus propios corruptos son pillados en acción y renegar de los amigos cuando dejan de ser útiles. Aguirre es una política apisonadora, una lideresa modo Atila que puede llegar a la alcaldía tras conseguir que la hierba no vuelva a crecer a su paso. El liderazgo grueso de Abel Caballero se alimenta del mismo ímpetu.