Las reválidas de Wert y el mal de la «examinitis»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

08 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A un en el caso remoto de que el ministro de Educación no hubiera tratado nunca con un niño, sería incomprensible su peregrina decisión de impulsar el disparate de una reválida para los que tienen ocho años. Pero Wert es padre de dos hijos, que no habrán nacido ya mayores (aunque con él todo es posible), de lo que cabe deducir que también el ministro debería saber que los términos niño y reválida son incompatibles. Debería saberlo, sí, pero no lo sabe, al igual que muchos españoles, bastantes de los cuales se dedican profesionalmente a la docencia: todos los que sufren el mal de la examinitis.

Tal enfermedad, descrita en los libros de patología pedagógica como una inflamación de la confianza personal en que todos los problemas educativos se resuelven con más exigencia y más exámenes destinados a controlar lo que memorizan los alumnos, provoca en España desde hace años devastadores efectos en nuestro sistema de enseñanza.

Para los afectados por la examinitis aguda, forma con que el mal se manifiesta por aquí, ni los estudiantes de primaria y secundaria, ni los universitarios, tienen que aprender a hablar en público, a relacionarse con los libros de forma natural y a manejarlos con frecuencia y con soltura, a trabajar en grupo, a aprovechar todas las posibilidades que nacen de un buen uso de las nuevas tecnologías y a aprender lo útil dejando lo prescindible, dada la limitada capacidad de la mente para acumular conocimientos. No, las víctimas de la examinitis aguda -sean profesores en universidades, escuelas o institutos- tienen su examina (órgano muy delicado) tan gravemente afectado por el virus que la provoca que han llegado a convencerse de que enseñar consiste en embutir (como el chorizo se embute en una tripa) conocimientos, cuantos más mejor y aunque sea de forma atropellada, en la mente de nuestros estudiantes, sometiéndolos luego a controles permanentes para saber cuánto han memorizado.

La obsesión con las reválidas, que forma parte de esa terrible enfermedad que todo lo cifra en la memoria y los exámenes, llega al punto de prescindir por completo de la edad de los alumnos, lo que explica que niños de ocho años sean tratados como los jóvenes que preparan notarías o registros. Una auténtica locura.

Pueden creerme que sé de lo que hablo, pues en las universidades pasa igual. Por eso no hay solución para nuestro sistema educativo mientras no aceptemos la evidencia de que sus taras no tienen que ver con la falta de exigencia a los alumnos, sino con todo lo contrario: con unos niveles de exigencia descabellados y enfermizos, basados en el tándem memoria-examen que hace de los profesores una especie de gendarmes y trata de que los alumnos sean como loros, a los que se les exige repetir lo que se les dice incluso cuando ello resulta inútil, desfasado o incomprensible.