Tecleamos más rápido que un telegrafista. Tecleamos más rápido que un gaiteiro pulsa el alma de su música sobre el punteiro. El guasap con la alerta de vibrador nos vuelve locos. Vibrador para los mensajes privados. Pero lo que enloquece hasta secarnos el cerebro es el vibrador para los mensajes de grupos. Grupos de trabajo. Grupos de amigos. Grupos de exalumnos. Grupos del fútbol. Grupos para un cumpleaños. Grupos de las madres del colegio. Entrar en un grupo es no salir al exterior. Es el mundo al revés. Entras y lo que haces es no salir. Todo reducido a la pantallita, nunca mejor dicho. Y el grupo que no deja de pitar. Un meme, esos chistes con imágenes, tras otro meme. A veces, muy brillantes. Y otras, una auténtica memez. Pero no es locura solo de chavales, adolescentes y jóvenes. Los adultos estamos igual de enganchados a las alertas del guasap. Alertas que la mayoría de las veces no son nada urgentes. Lo peor es que los adultos lo utilizamos al volante. Siempre decimos que solo en los semáforos, en los atascos, con el coche parado. Pero no es así. Se ven disparates que dan la sensación de que hay gente que no le tiene aprecio a su vida, a la vida de los que lleva en el coche y a la vida de todos los que circulamos por la carretera. Hay grupos de guasap que son una retransmisión en directo de todo lo que pasa en la vida de alguien, como algunas páginas del Facebook. Ahora desayuno. Ahora meriendo. A mí, sinceramente, todavía me siguen interesando mucho más las aventuras y desventuras del Quijote, aunque tengan ya cuatro siglos encima. Cierto es que la mejor manera de curarse de los grupos de guasap es darse de baja.