Métodos para rebajar la corrupción

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

21 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En mi pueblo tengo un grupo de amigos tremendamente creativos. Los últimos fines de semana, con las neuronas activadas por el vino de Chantada, nos impusimos buscar un antídoto contra la corrupción. O, en su defecto, un sistema que, además de facilitar un reparto equitativo del botín, premie a los atracadores de mayor capacidad y mérito. Resumo algunos de los resultados de la tormenta de ideas y de un par de ensayos clínicos.

En aras de la justicia distributiva, realizamos dos experimentos. El primero, un concurso de ordeño a mano, con la colaboración de las vacas de Granxa Maruxa. El más cualificado en el manejo de las ubres, capaz de llenar el cántaro en un santiamén, fue proclamado campeón. El método, llamémosle clásico, aparenta ser justo: a mayor destreza, mayor tajada. ¿Cómo vamos a negarle, por ejemplo, a un superministro de Aznar una mayor cuota en el fruto del pillaje?

El sistema, sin embargo, no garantiza la igualdad de oportunidades. El primer ordeñador, que actúa sobre glándulas mamarias rebosantes de leche, parte con ventaja. El último, con la res exhausta y los tetos vacíos, en notoria desventaja. Por eso sustituimos el concurso por un modelo más equilibrado: el caca-la-vaca. Dividimos el campo de fútbol en parcelas de un metro cuadrado, asignamos derechos de propiedad a cada una de ellas y ceibamos una vaca, sin problemas de estreñimiento, sobre el mullido césped. El premio se lo llevó el dueño de la parcela que acumuló más bosta. Pero tampoco nos satisfizo el resultado: comprobamos que la vaca, tal vez abrumada por el griterío del público, apenas se mueve y concentra sus cagadas en los mismos currunchos.

Mayor éxito -solo teórico, bien es cierto- tuvo la aportación de nuestro experto en nuevas tecnologías. El chaval, que de esto sabe un huevo, propuso aplicar el principio de la trazabilidad a las cuentas públicas. Consiste en asignar un código a cada euro que aportamos al erario público -medio billón de códigos al año, aproximadamente- y, desde nuestro ordenador o teléfono, podemos seguir su rastro a través del tiempo y del espacio. Cada euro, con su matrícula, siempre localizable con un simple golpe de ratón entre la densa galaxia del gasto público. ¿Se lo imaginan? La eficiencia del gasto y su estricto control quedarían garantizados. Que Ana Pastor necesita unos sacos de cemento para la autovía o el ministro Wert pagar la nómina del profesorado, ningún problema: encienden la pantalla y asignan un trozo de la nube de códigos a esos fines. Y el contribuyente, padre de cada euro engendrado con el sudor de su frente, puede conocer en todo momento qué hacen sus vástagos por el mundo:

-¿Y qué fue de IRPF36600YT214c y sus hermanos gemelos?

-Calla, mujer, calla. Marcharon de casa a trabajar en las obras del AVE, pero se descarriaron y acabaron, manga sobre hombro, en una cuenta opaca de las islas Vírgenes. Los crías con sacrificios y ya ves, una no gana para disgustos.