¿Campañas electorales? No, de nada

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

20 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Estoy convencido de que el resultado de una reciente encuesta publicada en la edición digital de este diario sobre la fe de los lectores en las promesas realizadas en campaña (un apabullante 98 % se inclinaba por el no) habría sido idéntico de plantearse la cuestión en cualquier otro periódico de España y, aun me atrevería a decir, en la mayoría de los editados en Europa.

Esa nula confianza en las promesas electorales tiene que ver, sin duda, con el galopante desprestigio de lo que el CIS denomina en sus encuestas «los políticos en general, los partidos y la política», pero también, con la propia desconfianza en unas campañas que han ido pervirtiéndose, consulta tras consulta, hasta llegar al actual grado de vacua frivolidad, que degrada a sus protagonistas y ofende gravemente la inteligencia de quienes debemos soportarlas.

Ya no se trata de que los candidatos inauguren todo lo que se les pone por delante, besen niños, planten árboles, coman sin tasa en los mercados, se hagan fotos a gogó, se enfunden el traje regional que toque en gracia o aguanten al espontáneo que se arranca con una jota o unas soleares. En realidad a esa ceremonia populachera ya hemos llegado a acostumbrarnos, hasta el punto de encontrarle incluso cierta chispa, si el candidato obligado a hacer el indio se toma la cosa con un razonable sentido del humor.

Pero la deriva actual, que ha convertido las campañas electorales en un remedo de las campañas militares, donde el fin justifica cualquier medio, resulta ya sencillamente insoportable. No hay más que mirar a Andalucía, donde pasado mañana votarán en autonómicas, para descubrir lo que, ¡ay! nos espera en las citas electorales que tenemos a la vista: que la más tosca demagogia, el provincianismo más paleto y la mentira sistemática pasen a dominar por completo el escenario electoral.

Es así como una clase política devastada por la profesionalización y obsesionada con seguir a toda costa, o a toda costa dispuesta a colocarse en el lugar de los que están, ha renunciado a tratar a los electores como adultos, razonando, explicando la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos y las dificultades indudables que existen para darles solución. En lugar de ello, las campañas son ya una tómbola benéfica, donde los candidatos se presentan como los Reyes Magos, que pueden traer a todo el mundo al mismo tiempo todo lo que quiere.

Por eso, claro, ya nadie se cree nada. Porque el que más y el que menos sabe que no hay resultados sin esfuerzo, ni esfuerzo que no exija sacrificios. Ofrecer Jauja para luego, al día siguiente de sentarse en la poltrona, hablar de lo mal que están las cosas y pedir, en consecuencia, paciencia, abnegación y sentido de la responsabilidad constituye, aunque generalizada, la peor forma de hacer política que cabe imaginar.