Estado de decepción

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

28 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A pelaba Santiago Rey en su artículo «Pensemos», publicado el pasado domingo, a no utilizar una vez más el voto del miedo, ante la irrupción demoscópica, que no electoral, de dos fuerzas políticas de distinto signo: la plataforma de disciplina comunista Podemos y el partido catalán de centroderecha Ciutadáns/Ciudadanos.

El miedo sigue cotizando al alza, al igual que la mentira a la hora de programar nuestro voto, que en la mayoría de los casos está nítidamente definido entre dos fuerzas hegemónicas, se llamen como se llamen y que no son otras que los ejes del bipartidismo. Es decir, conservadores y progresistas. Hay, no cabe duda, movimientos minoritarios, partidos nacionalistas, y grupos residuales, que no alteran sustancialmente los resultados de los comicios. El miedo ya es un invitado tradicional cada vez que se convoca a la ciudadanía, y el lobo amenazante llegará un día, pedirá su cuota, convocado por la corrupción, por el laisez faire y por el engaño sistemático de las promesas sin medida que nos prometen el oro y el moro para el día después.

Ayer, un importante intelectual de izquierdas me recordaba cuándo Felipe González prometió el lejano 1982 salir de la OTAN, un cambio constitucional y la creación de 800.000 nuevos puestos de trabajo. Esta oferta última sí fue posible a lo largo de dos legislaturas.

Ahora es Rajoy quien promete tres millones, tres, de nuevos empleos si logra la confianza de los electores.

Lo aseguró en el reciente debate del estado de la nación, que fue, una vez más, un debate acerca del estado de decepción, utilizando un discurso viciado, hueco, falaz y viejuno, ya escuchado en su dualidad vacua a caballo entre la miseria dialéctica, la descalificación del adversario y la mentira política que ya no cuela entre la mayoría del electorado.

Contra la resignación emerge Podemos vendiendo utopías de chamarilero, un partido sin partido, banderín de enganche de muchos damnificados de otras formaciones, con una espectacular carencia de cuadros para asumir la gestión pública, y ofreciendo consignas en lugar de proyectos y manejando con eficacia un márquetin directo para consumo inmediato.

En el otro extremo aparece Ciudadanos ampliando su ámbito a todo es Estado. Ciudadanos es un partido «de buena familia», liderado por un líder más o menos inédito y altamente mediático, con apariencia de opositor y aspecto de yerno ideal. Va a incrementar sus votos con el descontento de la derecha y la reivindicación del sentido común.

No caben en esta columna los análisis de los partidos Popular y Socialista. Son harina de otro costal y material de al menos otro par de artículos. To be continued?