La infección de la auxiliar de enfermería es un ejemplo palmario de que vivimos en un país lleno de chapuceros y sabelotodo, siendo el representante más conspicuo de los primeros el gobernante incompetente y de los segundos el tertuliano que opina de todo incluyendo temas de los que no tiene ni idea. En este grave suceso, entre unos y otros, obviamente con niveles de responsabilidad muy diferentes, están dando un espectáculo penoso: los unos porque «no saben, no contestan», o toman decisiones erróneas y los otros porque desinforman al utilizar argumentos, frecuentemente mediatizados por radicalismos ideológicos, sin rigor científico e intelectual. Creo que todos somos conscientes de la enorme peligrosidad de este virus y de que por ello toda precaución es poca, sobretodo si, como en este caso, todavía no hay una vacuna o un antídoto disponible para afrontar una crisis sanitaria en la población. Consideraciones humanitarias y religiosas al margen y reconociendo la extraordinaria labor de estas personas, desde un punto de vista científico habría que preguntarse: ¿Fue una decisión correcta traer a España a dos enfermos de ébola, en un estado muy avanzado de la enfermedad, sin tener garantías de que aquí se les podría salvar la vida y sin tener operativos equipos e instalaciones especializadas para este tipo de enfermedades letales? ¿No hubiese sido mucho mejor destinar los recursos empleados en la repatriación de estas dos personas a mejorar las condiciones sanitarias dentro de los países de origen de la enfermedad? En esta inmensa chapuza, cada vez está más claro que hubo errores humanos, fallos en la gestión -con graves consecuencias para la tranquilidad de la población, la economía y la imagen internacional de este país- déficit de información, carencia de instalaciones adecuadas para este tipo agentes infecciosos y de equipos sanitarios especializados para esta contingencia, protocolos erróneos o errores en la aplicación de los protocolos, declaraciones contradictorias, políticos mudos y lenguaraces... Un caos. En todo este desaguisado a los únicos a los que hay que apoyar y agradecer su dedicación es al personal sanitario que en su inmensa mayoría es excelente y eficaz. Han fallado los responsables políticos y los gestores sanitarios, que han demostrado un enorme falta de previsión y una ausencia de sentido común. Lamentablemente tenemos una ministra de Sanidad sobrepasada por la situación, con una enorme inseguridad, que transmite todo menos tranquilidad a la población; en cualquier país serio ya no sería ministra bien porque ella misma tiene la decencia de dimitir o porque el presidente del gobierno la cesa por incompetente. Sin embargo, no solo no ha dimitido sino que ha sido respaldada públicamente. No rectificar, señor presidente, es una prueba de soberbia y transmite a los ciudadanos un mensaje devastador sobre la competencia del que nos gobierna. Otro que debería dimitir es el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid por su ineptitud política, por su cobardía al culpabilizar a la auxiliar y por su arrogancia. Se ha sacrificado al perro porque es un animal, para algunos sin derecho a que se proteja su vida, y porque suponía un peligro potencial para la población. ¿No hubiese sido mejor aislar al animal, cuidarlo y, si estuviese infectado, estudiar de la evolución de la enfermedad y así obtener una información valiosa que nos sirviese para avanzar en el combate contra esta «arma de destrucción masiva»? La observación y la investigación animal es básica para el avance del conocimiento y tratamiento de las enfermedades. Se justificaría el sacrificio si estuviese sufriendo o supusiese un peligro real para la población. Necesitamos imperiosamente buenos gobernantes, que tengan criterio, que no desmantelen hospitales ni unidades médicas especializadas, ni tampoco permitan que la investigación se paralice por falta de recursos que sí hay para salvar a los bancos, mantener los privilegios de la clase política, subvencionar chorradas y un largo cúmulo de despropósitos.
Jaime Gómez Márquez