El país del pujolismo

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

22 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Muchos médicos gallegos nos hicimos especialistas en los grandes hospitales barceloneses de esos años setenta que describe Vargas Llosa en su discurso como premio nobel. Era la Ciudad Condal una capital del sur de Europa, en una España del norte de África.

En aquella Cataluña, donde fui el director de hospital más joven de España, y después, en los años ochenta, director del hospital de Gerona, se hablaba castellano y catalán en libertad, lo mismo que se escuchaba música de jazz en Tuset, o se aprendía bohemia cultural en La Espineta de Barral en Calafell. Era Cataluña la vanguardia de una España que deseaba ser Europa, enterrando a Frascuelo. Llegó a organizar las mejores Olimpiadas de la era moderna, al mismo tiempo que Barcelona recuperaba su vocación marinera abriéndose al Mediterráneo.

Tarradellas fue un gran presidente. Nos devolvió el seny catalán a la convulsa política de la transición. Nunca fue santo de la devoción del doctor Pujol. A tal caballero se le ocurrió un verano interpretar la Constitución de la que fue artífice Roca -tampoco de su devoción- como la constatación del Estado plurinacional (Cataluña, Euskadi, Galicia y España). Aprovechó su enorme influencia con socialistas y populares para avanzar en lograr más recursos económicos que ninguna otra comunidad para el desarrollo de Cataluña, otra vez como con el franquismo; desarrollar un proyecto nacional en Cataluña -idioma, instituciones, cultura y pensamiento- como semilla de lo que sería una nación a la espera de ser Estado, y todo ello a la sombra del problema vasco con sus diferentes connotaciones.

Más de veinte años moldeando voluntades, utilizando las debilidades del Gobierno de España. Estamos ante quien más sabe de los negocios en Cataluña y desde Cataluña, algunos concernientes a las más altas esferas del Estado (caso De la Rosa, Prado y Colón de Carvajal). Por eso y para defender a su prole, no le importó dar la cara, aunque le costara el prestigio sociopolítico. No le va a pasar nada. Su silencio vale un potosí.

Mas era su ungido. El paso intermedio entre Pujol y su vástago Oriol en el pujolismo. Hoy es un hombre acosado. Se inmolará convocando elecciones. Dejará en la cuneta a sus socios de ERC. Junqueras ha ido demasiado lejos en azuzar al tigre sobre el que se subió el pujolismo.