También por sus negocios podéis conocerlos

OPINIÓN

08 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Si yo tuviese un emporio económico basado en la fabricación y venta de armas, y si, en vez de aplicar mi fortuna a la dolce vita, quisiese colaborar con la humanidad activando el empleo y el consumo, abriría tres generosos programas de cooperación destinados a salvar al mundo.

En el primero, cuya razón fiscal sería «Leña al mono», incluiría subvenciones para el Estado Islámico, para Boko Haram, para los rebeldes y los dictadores de Siria, Libia y Egipto, para los prorrusos de Ucrania, las FARC de Colombia, los señores de la guerra del Congo, Liberia y Somalia, y para otros benditos clientes -Estados, mafias, particulares y mercenarios- que desean activar el consumo comprando armas y municiones.

Con el segundo programa -«Dios y Alá nos libren de los buenos»- ayudaría a los que, pretextando fines patrióticos y liberaciones pendientes, se embarcan en guerras interminables, que, además de matar a esgalla y generar miserias estupendas, hacen imposible una condena de la violencia, general y contundente, dictada y gestionada por la ONU. En este programa entrarían Israel, los terrorismos liberadores de Hamás y Hezbolá, los talibanes, las milicias curdas, los exiliados chechenos y, si ustedes me permiten decirlo, el 50 % de las intervenciones pacificadoras y humanitarias de la ONU y la OTAN o de los países miembros de ambas organizaciones que actúan por su cuenta.

El tercero de los programas, cuya finalidad sería dotar de sentido y argumentos a los dos anteriores, beneficiaría o a todos los movimientos que, situados en países desarrollados y democráticos, dotados de magnífica educación y excelentes servicios sanitarios y sociales, se entretienen jugando con fuego, dando por sentado que su mundo siempre estará entre los afortunados y que su reconocida inteligencia les permite arriesgar sin hundirse. Y desde este programa, que bautizaría como «O que non ten que facer busca», enviaría dinero negro a los partidos nacionalistas catalanes y vascos, a los independentistas corsos, irlandeses, padanos y escoceses, a los flamencos y valones que ven a Bélgica como una utopía, a los Balcanes, a Chipre, y a todos los que, a fuer de ricos y satisfechos, dedican su tiempo a la intriga territorial, social y política de naturaleza exquisitamente democrática. Porque estos son los que permiten que los demás digan su frase preferida: «si en Europa andan buscándola, a pesar de que son libres y tienen de todo, ¿qué no tendremos que hacer los parias reprimidos?»

Y así me forraría al moderno estilo de Europa: propalando la violencia con apariencia de ayudas a la libertad y al desarrollo social, y vendiendo armas a todos los que, obligados por la necesidad, o imitando a sus opulentos modelos, que practican deportes políticos de riesgo, contribuyen -pocas veces sin saberlo- a que la fiesta no decaiga.