Elogio del olvido

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

27 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El gran prestigio moral e intelectual del que hoy goza en España, lo que se ha dado en llamar memoria histórica, se compadece mal con un hecho fácilmente constatable: que el único modo de salir adelante tras una tragedia individual o colectiva, es olvidar.

Individualmente, no cabe imaginar desventura mayor que la pérdida de un hijo. Y sin embargo, quienes han tenido que enfrentarse a ese calvario solo han podido superarlo olvidando, pues el olvido es la forma que adopta el recuerdo cuando se ha superado su parte de dolor insoportable. Los padres jamás dejan de tener presente al hijo que se ha ido, pero esa presencia es compatible con la propia vida únicamente en el momento en que de ser un recuerdo arrasador se convierte en una evocación serena, tamizada por el bálsamo del tiempo.

Colectivamente, nada hay peor en la historia de los pueblos que una guerra civil (¡y todas las guerras lo son de un modo u otro!). Por eso, una vez finalizada, la lucha entre quienes comparten un sentimiento común de pertenencia sigue marcando su destino mientras los que han combatido de uno y de otro lado no deciden olvidar los agravios que los llevaron a pelear y las más terribles consecuencias del conflicto. Como la muerte de un hijo, una guerra deja siempre una huella imborrable en quienes han tenido la desgracia de vivirla, una huella que solo el olvido hace posible acomodar en ese lugar de la memoria que nos permite liberarnos del odio y del dolor.

No tengo duda alguna de que ese hijo de un asesinado por los sublevados durante nuestra Guerra Civil y el escritor gallego que anteayer lo acompañó en la pretensión de que Ángela Merkel pidiera perdón en nombre de su país por el apoyo de los nazis a Franco, actuaban convencidos de que defienden una justa causa colectiva. Pero no la tengo, tampoco, de que si tal petición hubiera llegado a sus manos, la canciller Merkel se habría mostrado sorprendida no solo porque alguien pretenda que ella se disculpe por unos hechos en los que nada tuvo que ver (Merkel nació ¡en 1954!), sino además por la presencia viva en España de una Guerra que se inició hace casi ochenta años.

Y es que Merkel viene de un país que, como la mayoría de los de Europa, ha tenido que construir su convivencia sobre el olvido de las atrocidades de la guerra. En el caso de Alemania, tres desde el último tercio del siglo XIX: la franco-prusiana de 1870 y las hecatombes de la Gran Guerra, y la Segunda Guerra Mundial. ¿Habría podido levantarse la Alemania del holocausto y de la partición sin un esfuerzo de olvido impresionante? ¿Habría sido posible sin él firmar el tratado de la CEE en 1957 entre países que apenas quince años antes estaban masacrándose en un brutal baño de sangre? No estaría de más que en España nos hiciésemos de una vez en serio esas preguntas.