Galicia, plaza mayor

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

09 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Los obstinados claros y nubes que los meteorólogos de guardia reparten indiscriminadamente por el norte, por Galicia y territorios adyacentes, espantan a turistas, enervan a hosteleros y, cuando aciertan distribuyendo chubascos y aguaceros, ponen en peligro la romería interminable, la verbena perpetua de ese rosario de treinta y una cuentas que es agosto, siempre con un misterio gozoso en el santoral.

Y la plaza mayor, la alameda, el malecón o el campo de la fiesta se convierten en una orgía de agua, unos fuegos artificiales invertidos y transparentes que ponen una cortina húmeda, como de fin de mes. Cuando llueve.

La lluvia, a quien nadie ha invitado, estraga las fiestas, patronales o no, de los pueblos y las de las ciudades con su reclamo de fiestas mayores, con su toque cultural, sus batallas navales, su reina de las fiestas, sus conciertos y su misa solemne, o cantada según el maestro Perosi.

El día 15, y su secuela de San Roque, toda Galicia es una fiesta, plaza mayor de alegrías y jaranas, día sin crisis pese a los recortes, no hay orquesta que no esté contratada en parroquia, aldea, pueblo o ciudad. Y al biorquestismo, con la hegemonía de la París, se le complicó el «panorama» con una tercera fuerza emergente, fruto de la bachata y el reguetón, mestizaje que llegó del Caribe con su combo.

Ya no es lo que era, los conciertos en ruta rebajaron el caché, y se ahorra en alumbrado y en fuegos de artificio, y las entrañables bombas de palenque son un recuerdo del pasado, de cuando este país estaba lleno de pailanes, a juicio de los veraneantes. Yo, que continúo siendo un pailán más o menos ilustrado, reivindico las doce bombas de palenque anunciando la salida del santo patrón en procesión, ¿o no hay ya procesión?

En cualquier caso, vivan los foguetes que continúan retumbando en mi memoria prologando una jornada de festa rachada. Ya no reman, no bogan, los «catro vellos mariñeiros», prematuramente jubilados, que ahora pasean por la ría a bordo de una zodiac y perfectamente pertrechados con reflectantes chalecos salvavidas.

Lo que no ha cambiado es que al otro lado de la mar, como siempre, «xa se ve san Roque». Ahora mismo si alzo la mirada, lo tengo frente a mí.

Celebro la manera de festejar los días grandes de agosto de la Galicia popular, la que baila al anochecer, la que pasea combatiendo las prisas, la que sigue manteniendo en los bares y en las tabernas que «un día é un día e un peso (un euro) gastouse».

Entre la amenaza de un otoño incierto, el dolor que se reparte sin medida en Palestina o Ucrania, la sangría siria, y la complejidad de un futuro presidido por la injusticia y la avaricia, enciendo farolillos de colores en la festera plaza mayor de este artículo cuando ya suena la orquesta subrayando agostos.