La espiral de la incitación

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

06 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Los resultados preliminares de la autopsia de Mohamed Abu Jedeir, el palestino de 16 años secuestrado y asesinado el miércoles pasado en Jerusalén, revelan que la realidad es aún peor de lo que ya se sabía: el adolescente fue quemado vivo por sus captores, casi con toda certeza extremistas israelíes. El conocimiento de este hecho no va a ayudar precisamente a calmar la ira de los palestinos, que han tomado las calles para protestar por el crimen. Esta se suma, además, a otras tres recientes muertes de jóvenes israelíes. Es la receta para un choque de odios de consecuencias impredecibles.

La secuencia de los hechos es diabólica, pero también lo son los errores de los responsables políticos. Estos comenzaron por la gestión que se hizo del secuestro de los tres jóvenes israelíes, raptados el 12 de junio pasado en los territorios ocupados palestinos cuando hacían autostop de regreso de una colonia israelí. A pesar de que la policía israelí sabía desde el primer momento que los jóvenes habían sido asesinados casi inmediatamente, prefirió ocultarlo a la opinión pública y a las familias. Se daba así tiempo a que el Ejército lanzase una operación de castigo en toda Cisjordania que dejó un reguero de muertos y centenares de detenidos, pero que parecía no tener relación con la búsqueda de los verdaderos autores del crimen. Estos son, según todos los indicios, miembros del clan Qawasmeh, una familia palestina muy conocida de la zona de Hebrón que mantiene una guerra privada con los colonos israelíes -más de quince familiares han muerto a manos de los soldados y varios de ellos han llevado a cabo atentados suicidas-. Fue precisamente la policía palestina la que pasó inmediatamente esta información a los israelíes pero, por un cálculo político irresponsable, estos prefirieron acusar a la Autoridad Palestina de falta de colaboración y a la organización Hamás de estar detrás del atentado. Por su parte, también Hamás fue incapaz de condenar este secuestro, como no lo ha hecho nunca con las acciones del clan Qawasmeh, por miedo a perder legitimidad social.

Era casi inevitable que, cuando finalmente aparecieron los cuerpos de los tres jóvenes israelíes el lunes pasado, la tensión acumulada, y en parte alimentada, estallase una oleada de odio. Después de haber hablado repetidamente de venganza, el primer ministro Netanyahu hace ahora llamadas a la calma, pero ya es tarde. En las ciudades israelíes se suceden las manifestaciones en las que se grita «muerte a los árabes», y los intentos de linchamiento y secuestro se suceden a diario. El asesinato del joven Mohammed es un fruto de esa incitación a la violencia, y las llamadas a la lucha por el otro lado una consecuencia más de este trágico ciclo de errores y crímenes que, quizás ya sin remedio, va adquiriendo la forma de una espiral.

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