El agua en la Tierra

Juan Ramón Vidal Romaní FIRMA INVITADA

OPINIÓN

02 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El agua distingue a la Tierra de los planetas rocosos del sistema solar y de ahí su nombre de planeta azul. El agua nos preocupa por motivos opuestos: lluvia o sequía, su disponibilidad cuando la necesitamos o su exceso cuando llueve demasiado, la subida o bajada del nivel del mar y sus efectos en las poblaciones costeras.

Pero, como en todo, hay matices. Por ejemplo, los cambios en el nivel del mar se perciben de forma diferente, incluso en la Unión Europea. A un escandinavo le preocupa el descenso del nivel del mar, que está dejando en seco sus puertos y que comenzó hace 15.000 años, al final de la última época glacial. Pero a un habitante de los Países Bajos, por algo se llaman así, le obsesiona el hundimiento de su costa, que comenzó, también hace 15 milenios, y que le obliga a renovar continuamente las obras de defensa de su litoral para evitar la inundación de su territorio. Y en el interior de la Unión Europea la subida del nivel del mar no preocupa a nadie.

Sorprendentemente este sube y baja del nivel del mar, que cubre el 75 % de la Tierra, se realiza con un volumen mínimo de agua. Los océanos, que son el 97,2 % del agua que hay en la superficie terrestre, cabrían en una esfera de 138 kilómetros de diámetro (la distancia entre Estaca de Bares y Lalín). Y los glaciares de la Antártida y Groenlandia, cuya fusión acelerada tanto nos preocupa, contienen apenas el 2,15 % del agua que hay en la superficie de la Tierra, una gotita de 36 kilómetros de radio (la distancia entre A Coruña y Carballo). Esas gotitas de agua son la diferencia entre un planeta azul con vida y uno rojo (Marte) sin vida como algún día será la Tierra.

Pero hay más agua en la Tierra, se sitúa en su interior, en la zona de transición del manto, entre 410 y 660 kilómetros de profundidad, donde se acumulan entre 654.167 y 2 millones de kilómetros cúbicos de agua. Desde allí es liberada a través de los volcanes, que emiten cenizas, lavas, anhídrido carbónico y vapor de agua, que se incorpora a la atmósfera y a los océanos desde hace millones de años. El agua liberada por la Tierra se ha perdido varias veces, vaporizada por el impacto de los grandes asteroides que asolaron la Tierra durante su primera etapa evolutiva. Hasta que hace 4.200 millones de años el impacto de cometas de hielo formaron el océano actual.

Dependemos de lo que llega del espacio para la supervivencia de nuestros océanos y por tanto de nuestra vida. Pero, aunque la posibilidad de impacto de grandes asteroides haya disminuido, el riesgo continúa. La investigación del espacio con telescopios de infrarrojos (programa Neowise), ha permitido detectar un tipo de meteoritos invisibles hasta ahora: los PHA (potential hazardous asteroids) con mas de 100 metros de diámetro y que presentan riesgo de colisión con la Tierra. El rastreo de estos asteroides invisibles o NEA (near Earth asteroids), que en número superior los 4.700 amenazan el planeta, está siendo realizado por la NASA con la ayuda de astrónomos aficionados y entidades privadas. Es inquietante conocer que los últimos asteroides que pasaron «cerca de la Tierra» no fueron detectados inicialmente por la NASA.

La nave robótica ARM (Asteroid Redirect Mission), que será lanzada al espacio en el año 2019, pretende capturar alguno de estos asteroides y redirigirlo a una órbita lunar estable. Es un modo inteligente y previsor de diseñar un protocolo de actuación que evite un posible impacto con la Tierra y que traería tsunamis desastrosos, pérdida total o parcial de océanos, cambios en el ciclo hidrológico y riesgos para la vida (como ocurrió al final del Cretácico).

Mientras una irreflexiva humanidad se pelea por controlar los recursos energéticos más escasos, los combustibles fósiles, desdeñando la radiación solar, parece ignorar que del espacio podría llegar un eventual impacto que volatilizaría la diminuta gota de agua que pinta de azul la Tierra.

Juan Ramón Vidal Romaní es catedrático de Geología de la UDC.