Horizontes de insumisión

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

08 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Este cronista viene predicando desde hace mucho tiempo que Cataluña se nos va. Lo predica inútilmente, por cierto. Nadie del poder político central se ha tomado en serio la amenaza separatista. Y, si lo ha tomado en serio, no supo cómo reaccionar. Hoy, la verdad visible, la verdad tangible, es que la semilla independentista ha germinado. Estos son los ingredientes de la inquietante situación: más de un 70 % de los ciudadanos de Cataluña identifican consulta con democracia y creen que negarla cercena sus libertades como pueblo; el deseo de independencia quizá no sea mayoritario, pero es muy notable, y en los ámbitos juveniles, claramente dominante, y los partidos están desbordados por la presión de los soberanistas. El congreso de la llamada Asamblea Nacional Catalana de este fin de semana se ha salido de todos los cauces y se ha convertido en fuerza motriz con una fecha decidida: el 23 de abril del 2015, declaración unilateral de independencia.

Esta hoja de ruta podrá parecer irreal e irrealizable a la mayoría de la sociedad española. A mí también me lo parecería si el independentismo fuese un movimiento estrictamente racional. Pero no lo es. Cada día veo más empresarios dispuestos a perder la cuota de mercado española, porque la consideran el precio a pagar por la meta soñada. El señor Grifols, uno de los empresarios globales de la industria farmacéutica, le acaba de decir a Artur Mas que no se arrugue. Hay clima para convertir el próximo 9 de noviembre en un grito que recuerde la plaza Independencia de Kiev. Y, para cerrar el clima, los partidos políticos que todavía defienden la idea de España son minoritarios; el PP y el PSC están en franco descenso y Ciudadanos no tiene fuerza para actuar de contrapeso.

Ese es el cuadro que se divisa cuando el Congreso de los Diputados se dispone a echar abajo la solicitud de que se traspase a Cataluña la potestad de convocar consultas. Será una victoria aplastante del Estado: más del 80 % del Parlamento contra menos del 20 %. Ya veo los titulares de parte de la prensa. Ya oigo las declaraciones patrióticas sobre esa soberanía nacional que no se puede repartir. Ya escucho encendidos elogios a los discursos de Rajoy y Rubalcaba, que seguramente serán brillantes y llenos de sentido de Estado. ¿Y qué? Artur Mas ha dejado dicho por adelantado que un no del Congreso «no frenará la voluntad de Cataluña». Y, personalmente, tengo bastante claro que ese rechazo mayoritario será utilizado para atizar más el odio a España. Por tanto, asistiré con interés a cuanto se diga durante el día de hoy, pero estoy lejos de albergar una mínima esperanza. Deseo ardientemente equivocarme, pero veo un horizonte de insumisión.