Me une una magnífica relación con el alcalde de A Coruña, Carlos Negreira. Aparte de amigos, pertenecemos a la misma promoción de la Facultad de Derecho de la Universidade de Santiago de Compostela. Por conocerlo de antiguo, y estar absolutamente convencido de su inquebrantable honestidad, no entiendo la actitud del grupo popular en el Ayuntamiento coruñés al impedir el debate en pleno de una moción de EU que prohibía la recepción de regalos de empresas concesionarias a cargos públicos y otro personal municipal. La oposición entera apoyó la propuesta, pero la abstención del PP impidió que saliera adelante. Negreira no necesita ni Rolex, ni botellas de Vega Sicilia, ni nada que no pueda comprarse con el dinero obtenido con su esfuerzo y trabajo. Pero es que en política la mujer del César aparte de ser honesta debe parecerlo. El alcalde coruñés se equivocó no votando al unísono con la oposición, en el sentido de que quien quiera un regalo que se lo pida a los Reyes Magos. Con su actitud lo único que consiguió fue crear escepticismo en la ciudadanía. Y en este caso no es así. Mi alcalde es un hombre honrado. De esos por los que se puede poner la mano en el fuego. Pero eso lo sé yo. A otros tal vez tenga que demostrárselo con gestos en las antípodas de este.