La gente tiene que estar muy desesperada para meterse en un cayuco rumbo a Lampedusa o asaltar las vallas en Ceuta y Melilla. El hambre, las enfermedades, la falta de oportunidades y la esperanza de encontrarlas en Europa empuja a esa acción. Por ellos y por sus familias. No es un deporte de riesgo realizado por aburrimiento. Las oenegés que trabajan en África llevan años alertando de esta situación y de la presión migratoria que iba a desencadenar. Sin embargo, apenas hemos empezado a trabajar en desactivar la bomba demográfica africana: cada año nacen tres veces más niños que en Europa. La solución pasa, exclusivamente, por desarrollar esos países, no por las pelotas de goma. Urge una alianza solidaria mundial que exige responsabilidad y compromiso de todos. Los países africanos han de mejorar su gobernabilidad y el respeto por los derechos humanos y la democracia. Los europeos, apoyar esos esfuerzos, aumentar la ayuda al desarrollo, mejorar las reglas del comercio internacional y garantizar el acceso a medicamentos y tecnología. Hace falta provocar cambios en el norte para que puedan darse en el sur. En suma, reforzar una relación de unión, de interdependencia, de fraternidad. El único modo de cambiar este mundo injusto e inhumano es ponernos, todos y cada uno de nosotros, manos a la obra.