Por mucho que se engañen algunos, no podemos negar que somos un país cristiano y católico, y la religión, sus agentes y sus predicadores asoman con eco inusitado. Cuando todavía no se habían apagado los ecos de las palabras del nuevo cardenal Fernando Sebastián sobre los homosexuales y su necesidad de tratamiento, empezaron a aparecer testimonios que demuestran nuestra formación y la capacidad de movilización de las ideas cristianas o dichas en nombre de Cristo. Todo lo que voy a recordar ocurrió en esta semana que hoy se cierra y, aunque poco trascendente a efectos prácticos, nada de ello ha pasado inadvertido.
El primero en asomar ha sido el obispo emérito de San Sebastián, monseñor Uriarte, que pareció un auténtico propagandista del terrorismo. Quizá por aquello de que todos somos iguales ante los ojos de Dios y él es pastor de todas las almas, se puso a defender a Arnaldo Otegi como si fuese un compañero de traje talar. Lo presentó casi como una víctima de ETA que lleva tiempo queriendo escapar de sus garras. Ni Zapatero lo mejoró cuando lo presentó como hombre de paz. A lo mejor es que monseñor solo ha leído misales en los últimos años y no tuvo oportunidad de echarse a la cara un periódico que le dijera que Otegi está preso por ser miembro de ETA. O a lo mejor es que la Iglesia vasca sigue donde solía: protegiendo a etarras por la caridad cristiana, que manda dar de comer al hambriento y socorrer al fugitivo.
Si damos un salto a Cataluña, encontramos al abad de Montserrat, que vino a decir que «la nación catalana estaba ahí antes que la nación española». Tiene muchísima razón. Y los moros. Y los judíos. Y el Antiguo Reino de Galicia. Y el de León. Y el de Castilla. Y el de Navarra. ¿Por qué dice esas cosas el reverendo? ¡Ay Dios! Me temo que sea porque le escuchó a Sánchez Gordillo, el ocupador de fincas y asaltante de supermercados, decir que Andalucía también existía antes que España. El abad de Montserrat es el primer clérigo con mando que asume el discurso de un comunista.
En medio, los señores Rajoy y Rubalcaba se cruzaron en el Congreso palabras que invocaban textos evangélicos. Pero el primer premio se le debe conceder al señor ministro del Interior, don Jorge Fernández Díaz, que sorprendió a la parroquia con el último recurso celestial: santa Teresa intercede por España. Que yo recuerde de toda la transición, y salvadas las ofrendas al apóstol Santiago, es la primera vez que un miembro del Gobierno acude a la protección de los santos para sacarnos del atolladero. Ya solo falta que el presidente Rajoy haga como Franco y recupere para el palacio de la Moncloa el brazo incorrupto de la santa. Viendo lo que pasó ayer en los mercados, a lo mejor es la solución.