Los Soprano en Fort Lee

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa FARRAPOS DE GAITA

OPINIÓN

12 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

«Es hora de que tengan problemas de tráfico en Fort Lee». La frase podría haberla pronunciado, con un suave rictus de venganza shakesperiana en los labios, Tony Soprano. Pero la realidad supera incluso las mejores sentencias del colosal (en todos los sentidos de la palabra) James Gandolfini. Sucedió en Nueva Jersey, la tierra de los Soprano, sí, pero también de Philip Roth, Bruce Springsteen, la Universidad de Rutgers y Newark, ese genuino fragmento de la Galicia móvil -por usar la terminología al uso entre nuestra fauna ministerial- plantado en las entrañas mismas de Estados Unidos.

La tétrica orden la masculló, vía correo electrónico, Bridget Anne Kelly, la glacial vicejefa del gobernador del estado, el republicano y hasta ahora reputado Chris Christie. La instrucción, como las del implacable Tony, fue acatada de inmediato y se tradujo en un artificioso y muy prolongado corte de circulación de dos de los tres carriles del puente George Washington, que enlaza Manhattan y Washington Heights con Fort Lee (Nueva Jersey). Sus tirantes sobre las aguas del Hudson son uno de los iconos ya clásicos del cine contemporáneo y, de hecho, se dejan ver tras la ventanilla del coche de Tony al ritmo de los títulos de crédito de Los Soprano.

Pero aquí nadie está hablando de rudos mafiosos, sino de honestos cargos públicos electos y de sus no menos honorables asesores (ya no tan electos). El monumental atasco por encargo fue la cabeza de caballo cortada que Christie y sus secuaces dejaron una noche sobre la almohada del díscolo alcalde de Fort Lee, el demócrata Mark Sokolich, quien, craso error, no había apoyado la reelección del gobernador, y que por ello se llevó en todos los morros un embotellamiento de diseño perfecto, más logrado incluso que el soñado por Cortázar en La autopista del Sur.

En un memorable capítulo de Los Soprano (Cold Stones), el gánster de sexualidad ambigua Vito Spatafore (Joseph R. Gannascoli) es molido literalmente a palos por dos matones ante la mirada impasible del capo Phil Leotardo, quien, en un guiño insólito de los guionistas, sale (también literalmente) del armario para asistir al espectáculo. Sucede en el Courtesy Inn de Fort Lee, un motel de carne y hueso situado a tiro de piedra del puente George Washington. Desde el sórdido cuarto en el que Spatafore recibía en la ficción el recado letal se pudo oír un tiempo después, en la cruda vida real, la sinfonía de bocinas y tubos de escape que Christie había dedicado al reticente Sokolich. Mientras tanto, en algún garito de Nueva Jersey, resonaba una de las frases favoritas de Tony: «La próxima vez no habrá próxima vez».