El hombre de rojo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

21 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Se fueron los hombres de negro. Regresarán para auscultar la fragilidad de nuestra economía, que sigue estando estacionaria tras salir de la uvi. Volverán para exigirnos nuevos ajustes, recortes impúdicos, copagos y multipagos, vendrán con toda la insolencia financiera de la que hacen gala los testaferros del dinero invisible cuando aterrizan en el país de las vacas flacas.

Y en el ínterin, entre visita y visita, llegará otro impostor, colándose por las chimeneas de los hogares, entre los pliegues de la ilusión infantil, con su saco a la espalda cada vez más mermado, con su poblada barba blanca y su característico traje rojo.

Viene todas las noches del veinticuatro de diciembre, con el invierno recién estrenado.

Es el hombre de rojo, señor del trineo que navega por los aires esquivando la nieve. Lo conducen nueve renos capitaneados por Rudolph, el de la nariz roja, que dio un golpe de Estado relegando a Donner (trueno) y a Blitzer (relámpago), dos ancianos renos de la vieja tradición alemana que hasta hace pocos años eran los que conducían el carro mágico de la fantasía.

El viejo e inmortal hombre de rojo, embozado en mil nombres, se llama comúnmente Santa Claus, Santa Clós en Cuba, en Puerto Rico, en Honduras, viejito Pascuero en Chile, San Nicolás en la versión cristiana de los Países Bajos, Niklaus católico en Alemania. Ded Monaz, o abuelo del frío en Rusia, y tiene variaciones locales en el País Vasco, Olentzero, y con el nombre rescatado de Apalpador en Galicia.

Yo doy por bueno el nombre de Papá Noel, que aprendí en mi infancia y que provocó mis primeros sueños cosmopolitas cuando deseaba que dejara junto a mi cama extraños juguetes imaginados que no existían en el catálogo infantil de los escaparates de mi pueblo.

Papá Noel es un usurpador. Se fue imponiendo sobre la maravillosa tradición hispana de los Reyes Magos, que sí tienen una misión eterna que cumplir, que no es otra que adorar al Niño que ha nacido en un pesebre. Este gordinflón es sin duda un manipulador al servicio de oscuros intereses de fábricas que no elaboran ni oro, ni incienso, ni mirra, sino que emplean en Rovaniemi o en Ohio, en Onil o en Elda, a millones de gnomos que manufacturan los juguetes de todos los niños del mundo para la mañana navideña.

Yo sigo fiel, no por edad y sí por elección, a sus majestades de Oriente, y sin denunciar al impostor de rojo, lo tolero. Si miro al cielo en la noche y veo la estela de un cometa, estaré seguro de que no es el carro de los renos. Es la estrella de Belén, que traza en el techo de las nubes un mensaje de paz, porque el Niño Dios ha nacido. Feliz Navidad.