El perdón y el olvido

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

30 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Vi sus rostros en la página del diario. Eran las caras de la ignominia, un retrato que bien podía haber ilustrado la historia universal de la infamia. No cito sus nombres, no quiero que tengan otro protagonismo distinto al de la denuncia.

Nuestro sistema judicial es garantista; nuestra democracia, generosa; nuestra memoria colectiva, débil.

Son dos asesinos alevosos. Uno torturó, escarneció y humilló hasta la muerte a una niña de nueve años, a Olga Sangrador, en un pequeño pueblo cercano a Valladolid. La crónica de aquellos días estremece solo al recordarla. Tenía varios antecedentes por delitos sexuales.

El otro secuestró y asesinó a una joven, Anabel Segura, que hacía footing por su urbanización. La mataron poco después de raptarla y fue la mujer, la esposa del forajido, quien imitó la voz de Anabel cuando ya estaba muerta, para pedir un rescate.

Tardaron varios años en detenerlos. Fueron juzgados y condenados, pero solo cumplieron parte de su pena. Han sido excarcelados al serles aplicada la controvertida doctrina Parot, que está siendo la puerta de salida de las cárceles de asesinos, violadores y de terroristas, que es otro de los mil nombres que tiene la brutalidad y la muerte.

Siempre he sido partidario de seguir la vieja sentencia, la juiciosa frase que asevera que hay que odiar el delito y compadecer al delincuente, y nunca voy a abdicar de mis convicciones en las que ahora me afirmo más que nunca, pero tampoco como ciudadano cabal voy a militar en los territorios buenistas del perdón y del olvido.

Estas dos alimañas fotografiadas en los periódicos han modificado su retrato real. Salen camuflados, largas cabelleras, barbas imposibles, gafas de sol, y gorras que cubren su cabeza. No se ocultan, son sus nuevos rostros. Quizás hoy que han pasado unos días desde su puesta en libertad, ya nada se parezcan a la imagen de su salida de prisión.

Acaso puedan reincidir, y de nuevo el largo serial de la crónica criminal vuelva a tener que lamentarse.

Nunca tendría que escribir este artículo que no pide ni siquiera una corrección al margen de nuestro Código Penal y que reivindica la memoria como antídoto al olvido civil y a las lágrimas de cocodrilo tan frecuentes en nuestra historia reciente.

No seré yo quien apele a las emociones primarias ni a los bajos sentimientos irreflexivos a los que somos tan dados.

Quizás solo pretenda un recuerdo piadoso, una oración civil para aquella niña, Olga, para aquella joven, Anabel, a las que la vesania humana, la maldad, les segó la vida. Ni perdón, ni olvido.