Gitanos

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

09 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

No sé si son recuerdos de mi memoria real, personal o literaria pero en mi infancia he visto llegar cada primavera a zíngaros caldereros que viajaban por el norte desde sus asentamientos franceses lañando potas de cobre o de acero, reparando artilugios de cocina y acampando en el prado de la feria con sus carromatos de colores vivos y sus caballerías percheronas de rubias crines. Eran los gitanos que excitaban mi imaginación de niño. Mi padre me contaba que hacía muchos años él había visto en un lugar llamado A Furada dos Asnos a troupes de romaníes centroeuropeos que viajaban con osos anillados y hacían títeres en las plazas de los pueblos. Siempre estos grupos itinerantes anunciaban la primavera.

Yo los he llevado a las páginas de mis libros junto con las gentes del camino y la nación de todas las diásporas que tiene como símbolo la rueda de una carreta.

Sentía hacia ellos una miedosa admiración, veía las artes de la quiromancia que me atraía tanto como me atemorizaban las historias de los sacamantecas y los niños robados. Historias que, al amparo de la xenofobia fascista, han vuelto a resurgir en esta desnortada Europa que busca enemigos en su propio corazón.

El pueblo romaní ha sufrido grandes persecuciones a lo largo de la historia. Expulsiones de los viejos reinos españoles, que los gitanos supieron responder haciendo el Camino de Santiago bajo identidades inventadas de condes Garcías o barones Rodrigo para volver, regresar, a su amado país.

El nazismo asesinó a varios cientos de miles que, con judíos y homosexuales, fueron internados en campos de concentración antes de ser gaseados. Eran zíngaros húngaros, alemanes, franceses y balcánicos que no han tenido nunca quien reivindicara su memoria convertida en holocausto.

Y ahora un Gobierno socialista los expulsa de Francia y abre un discurso de exclusión con una leve teoría de comportamientos asociales apelando a una integración de baja intensidad, como si los colectivos islámicos, con su estética de burkas, se integraran en la burguesa y biempensante sociedad francesa.

Es, queridos amigos, el fascismo en su versión todavía tímida aunque gallarda, que campa por sus respetos en la vieja Europa. Hay ya demasiadas noches, quizás de momento aisladas, de cristales rotos. Hay colectivos bajo sospecha en un territorio plural donde todos somos sospechosos, sin excepción y por riguroso turno.

Yo sigo viendo con la mirada de la fantasía las caravanas de gitanos surcando los caminos con su magia y sus canciones junto a la hoguera en las noches donde se cuela la luna.