Cuatro evidencias del final de este orden

Jaime Miquel
Jaime Miquel TRIBUNA

OPINIÓN

04 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

L a primera es que la sociedad pide lugares de encuentro y las viejas izquierda y derecha no saben hacerlo. Los socialdemócratas alemanes dan estabilidad a Merkel porque así lo quieren sus votantes. En España, la izquierda y la derecha han proyectado la confrontación del siglo XX durante los 36 años de democracia. Esto no tiene sentido para el elector de 39 o menos años de edad, 11,5 millones de votantes, el 34 % del censo y aumentando su peso relativo año tras año; ni para buena parte de los reformistas (1959-1973), los que integraron lo viejo y lo nuevo sin ruptura generacional, que suman 9,6 millones de electores, el 28 % del censo.

Los políticos del PSOE y del PP, o de IU, solo saben de confrontación. Esto es consecuente a la Guerra Civil y la dictadura, y afecta a tres generaciones de electores, la mencionada de los reformistas, los niños de la autarquía -8,8 millones de electores de 55 a 74 años-, y los niños de la guerra, -4,1 millones de electores de 75 o más años-. Los partidos políticos de la transición han hecho la didáctica contraria a la localización de los lugares comunes. La antididáctica: sus discursos están anclados en el siglo XX y no saben salir de ahí.

El inmovilismo es la segunda evidencia. Que nos explique Rubalcaba qué pinta ahí siendo desaprobado por el 90 % de los españoles de 18 y más años de edad. El inmovilismo de los políticos españoles se manifiesta en conclusiones tales como que una sentencia del Tribunal de Estrasburgo es injusta, cuestionando así los valores de la civilización europea.

Son políticos acostumbrados a hacer de su capa un sayo ante una sociedad sumisa y alejada del poder durante los últimos 70 años, quizá siempre. ¿Bárcenas en la cárcel y pelillos a la mar? El político español no es homologable, no lo son sus pensamientos, sus argumentos.

El PP ha conducido a sus votantes fieles, que ahora son menos, más envejecidos, más rurales, peor instruidos y peor informados, a posiciones políticas imposibles. El Gobierno del PP insiste en la antididáctica democrática, y de esos polvos, estos lodos: González Pons vapuleado por los manifestantes de la AVT, y «Esperanza Aguirre al poder», el grito del otro PP. A Rajoy lo critican buena parte de los votantes de ese partido desmovilizados en esta legislatura; más de 3 millones de electores que definen el espacio de la ultraderecha en España.

Si se postulara Aguirre para ocuparlo, el electorado del PP del 2011 se partiría en dos pedazos. No será ella, pero alguien ejercerá ese liderazgo porque la demanda existe, y esta es la tercera evidencia, la configuración del espacio electoral de la ultraderecha. El PP intentará tapar el hueco con un candidato extremo en las elecciones europeas del 2014.

Es el único y pírrico revulsivo electoral que tienen a su alcance para tratar de ganarle al PSOE por medio millón de votos. El ridículo electoral de ambos está garantizado tan pronto se vote, y esa será la cuarta evidencia del final de este orden. Hay muchas más.

Jaime Miquel es Analista electoral