Gotas de lluvia caen sobre mi cabeza

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

27 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace unos años conocí un caso en el que una joven extranjera interpuso una demanda de paternidad contra un joven gallego; al parecer, trataba de que este reconociera un hijo fruto de una relación esporádica. El día de la vista previa, la mujer se presentó en la sala del juzgado acompañada de un niño de cuatro años que, sin dudar un segundo, se dirigió al paragüero, tomó un paraguas y trató de colgárselo en la espalda. El juez suspendió la sesión, obvió la demanda y, a la vista de los hechos, dio la razón a la madre; no cabía la menor duda, el niño era gallego.

Los gallegos nos hemos acostumbrado a vivir en un territorio donde no para de llover; tenemos el agua en los genes y los cromosomas en forma de paraguas. Somos expertos en tejados y botas de agua, y nuestra decisión periódica más importante no es a quién votar sino qué impermeable nos vamos a comprar. Lo siento por Eduardo Pondal pero, si de verdad quieren describir nuestra esencia, el himno gallego debería ser Gotas de lluvia caen sobre mi cabeza.

No nos engañemos, cualquier gallego soportaría la eliminación del Senado, o del Tribunal de Cuentas, pero haría un casus belli si pretendieran suprimir Meteogalicia. Llueve en Riazor, se apaga la luz en Balaídos y se inunda Ferrol; nada tiene de noticia, pero nos gusta estar informados, porque por la ventana no se ve nada. Es verdad que los turistas valoran mucho nuestro paisaje, y destacan el verde de nuestros campos, pero ellos retornan a lugares secos y nosotros nos quedamos aquí, con el reuma y los antifúngicos. Tratan de consolarnos diciendo que peor se vive en el norte de Europa, pero mienten; llueve cuatro veces más en Fornelos de Montes que en Copenhague, y eso es difícil de aguantar.

Si el setenta por ciento del peso de un cuerpo humano normal es agua, en los gallegos esta cifra alcanza el noventa por ciento; el diez por ciento restante es Estrella de Galicia. Nos hemos adaptado de tal manera a la lluvia que hasta nuestra lengua ha desarrollado un nivel de precisión sin parangón. Cuando en gallego decimos que «choverá ata o venres» decimos exactamente eso y no presuponemos que día hará el sábado, aunque probablemente también llueva; sin embargo, en otras lenguas esa expresión significa que el sábado lucirá el sol.

Les resumiré mi vida, pasada por agua. De niño aprendí en Santiago que un chubasco podía durar seis meses, que los temporales podían hacerse permanentes y que las varillas que decoraban la Alameda eran de los paraguas rotos. Pasados los años, no entendí esa moda foránea de poner en los supermercados carteles señalando que el suelo está mojado, mientras las calles inundadas carecían de indicación alguna. Ahora, me cuesta comprender que, con la que está cayendo, todavía nadie la haya emprendido a paraguazos. Lo dicho, «Raindrops keep falling on my head»...