El hijo de Alicia

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

20 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Qué difícil es ser coherente. Encajar la prédica en la acción. Ajustar los veredictos a la propia vida. Evitar el disimulo y la hipocresía. La misión es trabajosa para todos, pero se me antoja innegociable cuando los juicios los profiere un dirigente político habilitado por los ciudadanos para componer las reglas de este juego en el que andamos. Pocas cosas resultan más despreciables que la doble moral; proyecta a quienes la practican hacia una sociedad de clases en la que los aristócratas vivían despendolados intramuros mientras aplicaban el rigor inquisidor al populacho, amedrentados por la amenaza cierta de ser socarrados en la hoguera con la bendición apostólica. Acabamos de saber que el hijo de Alicia Sánchez-Camacho lo es también del exministro Pimentel, una circunstancia reproductiva irrelevante para los demás si no fuera porque esta señora tiene la manía de impartir doctrina moral sobre el modelo de familia fetén, que excluye, claro, depravaciones tan extravagantes como el matrimonio homosexual. Resulta cómica la retorcida inventiva con la que los guardianes de la decencia enmascaran sus miserias al tiempo que se persignan con aparato ante las decisiones vitales ajenas. Cuentan que otra dirigente política convirtió un embarazo fruto de la infidelidad de su compañero de catre en una aséptica fecundación in vitro. Cuántas coartadas proporciona a veces la ciencia. El buen gobernante debería horrorizarse ante estas lamentables simulaciones y practicar la estrategia contraria, esa que pasa por ponerse en el lugar del otro sin necesidad de haber pasado antes por su trance. Paradigmático fue el caso de Reagan, azote de la investigación con células madre hasta que las necesitó para sosegar la devastación de su alzhéimer. Así cualquiera.