Andamos estos días con el alma en vilo por saber si al fin seremos capaces de cosechar tomates en Marte. Los que están experimentando dicen que sí, pero nunca se sabe. También nos preocupa el futuro de Silvio, el del bunga-bunga. Y, como europeos, no quitamos el ojo de Alemania para saber si Merkel se saldrá con la suya.
Y, claro, en medio de todo este maremagno nos cuentan que unos 300 o 350 inmigrantes murieron cuando pretendían entrar en Europa. Entrar de tapadillo, claro; por no participar en la guerra. Menos mal que eran eritreos y somalíes y Europa en eso no tiene competencia alguna. Nadie les dijo que vinieran, porque si hubieran preguntado les hubiéramos dicho que no estamos mucho por la labor de ayudar al que no tiene, que bastante tenemos con nuestros bancos y nuestras historias.
El papa Francisco, que está por llevar la contraria, ha dicho que esto es una vergüenza. Pero como si estuviese callado. Europa es un proyecto extraordinariamente ambicioso, de cooperación, solidaridad y multicultural, que no está para menudencias de somalíes y eritreos muertos. Allá ellos si se echan al mar sin saber nadar. Estoy a punto de bajarme de Europa. Y que se vayan a la shit. Lo digo en inglés, que queda más fino.