Cataluña

Carlos Agulló Leal
Carlos Agulló EL CHAFLÁN

OPINIÓN

13 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Un grupo de chavales de entre diecisiete y veintipocos años atraviesan Barcelona en metro para ir a una de las discotecas pijas de la ciudad. Ropa de marcas caras, se van a gastar una pasta esta noche y regresarán a casa con el alba. Lo mismo que hacen miles de jóvenes en cualquier ciudad del país. Una diferencia: ellos hablan de su aspiración a vivir en una Cataluña independiente y hacen planes para participar en la cadena humana del día 11. En el grupo, una chica de A Coruña, de visita en la ciudad, a la que no le pasan desapercibidos algunas detalles que los diferencia de su pandilla en Galicia. En realidad, concluye, ya parecen de otro país.

El discurso de la identidad se ha hecho normal, cotidiano, también entre los jóvenes. Se ve que el independentismo catalán no necesita ya recurrir a la mística de las ideologías de la revolución popular, los chavales que hablan de su derecho a votar si desean ser o no parte de España no quieren parecerse a Albania. No, muchos de ellos son y viven como perfectos burgueses, pertenecen a familias acomodadas, cultas y que no han vivido la dictadura.

España tiene un problema. Porque lo que era un sentimiento de país muy arraigado (y encajado) ha derivado en una demanda política de independencia respaldada por, al parecer, un creciente número de personas. Podremos apelar a la historia, a la Constitución, a los millones de catalanes que no quieren dejar de ser españoles, al inaceptable órdago y al maniqueísmo de políticos oportunistas, pero dar la espalda a esa realidad no va a traer las soluciones. Esos jóvenes que ahora rozan la veintena, en unos años serán la clase dirigente de Cataluña.