Ser o no ser

Ventura Pérez Mariño PUNTO DE ENCUENTRO

OPINIÓN

04 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

iviendo aún Franco y por ello sin democracia, asistí a un curso en el Colegio de Europa, de Brujas, en el que también participaban otros muchos que sí vivían en un sistema democrático. Eran épocas en las que el fumar estaba bien visto y alguno de los alumnos planteó que se pudiera hacer en clase. Se discutió y para el grupo de españoles asistentes el dilema debería resolverse por votación. Estábamos ávidos de urnas y proclamábamos que estas habrían de dar la solución: la mayoría bendecían cualquier decisión. Y si bien la práctica unanimidad estaba por el poder fumar, un participante nórdico defendió con vehemencia el que con que hubiese una sola persona que no quisiera que se fumase en clase debía aceptarse su postura.

Según su tesis, no se trataba de cuestión de mayorías o minorías. Era obligado respetar el derecho más prevalente, que en este caso era el de no perturbar a aquellos que no querían tratos con el humo.

Su argumentación convenció y el voto de uno solo fue suficiente para impedir que la mayoría impusiera sus criterios. El argumento del nórdico me pareció muy sugerente. Una decisión mala no se convierte en buena por más que sea mayoritaria y tomada con formas democráticas. Las mayorías no hacen bueno el delito y en ese sentido siempre se ha traído a colación el que Hitler subió al poder por medio de los votos.

Pues bien, la anécdota, nimia, me sirve de ejemplo para tratar lo que ocurre en Egipto. Allí, los Hermanos Musulmanes han sido desposeídos del poder alcanzado democráticamente en las urnas y ello bajo el argumento de que el Gobierno había propiciado un régimen totalitario unido a una islamización creciente en el país. Razones evidentemente de peso con las que las Fuerzas Armadas han justificado el golpe de Estado, que si bien no utiliza tal denominación, se dio en toda regla.

¿Está justificado un golpe contra un Gobierno democrático? ¿Quién puede decidir la necesidad del golpe? Es cierto que el jefe de Gobierno, Mursi, ejercía el poder de forma dictatorial, despótica; pero no es menos cierto que el golpe ha supuesto una durísima represión contra los Hermanos Musulmanes, con centenares de muertos, abriendo la puerta a una guerra civil de consecuencias imprevistas.

El problema es envenenado. Desde una perspectiva occidental, laica, los Hermanos Musulmanes no propiciaban un sistema democrático, bien al contrario. Pero tampoco lo propicia un golpe de Estado que deroga por la fuerza la legalidad. Una contienda similar se produjo hace 20 años en Argelia, y hubo 200.000 muertos y aún con heridas sin curar. De momento, los países democráticos apoyan a los golpistas, lo cual no deja de ser un contrasentido, máxime cuando hasta ahora el resultado de la intervención no trae más que desórdenes, muertos y caos.

No cabe duda de que debe intentarse un arreglo por medios diplomáticos, y de ellos tiene muchos EE.?UU., proveedor de armamento al Ejército egipcio. No son pocas las gestiones a intentar, entre ellas acabar con la represión indiscriminada hacia el bando islámico, que a la larga es un motivo más de violencia e impide la convivencia. Una nueva llamada a las urnas atisbaría alguna mejora. Esta vez sí, para decidir si se fuma o no hay que preguntar de nuevo. No parece que haya otra posibilidad. ¿Y si diesen otra vez como ganadores a los Hermanos Musulmanes? Yo no sé la respuesta.