En el debate parlamentario del pasado jueves, los diputados populares aplaudían a rabiar cuando el presidente Rajoy decía que se había equivocado por mantener una prolongada amistad con el extesorero Luis Bárcenas. Nunca entendí el sentido de esos aplausos. ¿Qué aplaudían los señores diputados? ¿La equivocación del presidente o la valentía de su pública confesión? Porque ninguna de las dos opciones se concilia bien con el aplauso prolongado. La primera es obvia, pero la segunda también, ya que no tiene sentido aplaudir (con pasión o sin pasión) el reconocimiento público de un grave error político.
Un día después se hacen públicas las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional al Gobierno español para que este vuelva a orientar la economía por el camino adecuado. Su informe ofrece una especie de diez mandamientos que el presidente Rajoy debe analizar y considerar. En él se dice que el desempleo no bajará del 26 % hasta el año 2018, manteniéndose también el déficit público. Son advertencias para impulsar la disciplina y la austeridad neoliberal. Y por eso propone la reducción de salarios y de costes por despido para ganar flexibilidad. E insiste de nuevo en recortar cotizaciones sociales, incrementando la imposición indirecta (IVA). También los funcionarios deben aceptar menores retribuciones y adaptarse a la pequeñez administrativa. El contrato único, la indexación de los salarios a la inflación y reducir la capacidad de los tribunales de Justicia son otras exigencias que la señora Lagarde presenta en su informe. El FMI no se cansa de decirnos que es bueno ser guiadiños en el trabajo y muy desiguales en la percepción de rentas, disciplinados ante la distribución fiscal y resignados por las limitaciones que la madre naturaleza y el destino otorgan a los seres humanos.
El FMI es un instrumento nacido (Bretton Woods, 1944) para fomentar la cooperación monetaria internacional y garantizar la estabilidad financiera. Pero el FMI ignora los valores constitucionales, la dimensión política de la economía, la dignidad humana y la conflictiva distribución del excedente social. Sobre estas cosas el FMI no sabe ni contesta. El FMI expone primero escenarios dramáticos en un futuro próximo, para ofrecer después recomendaciones, fundamentadas en una visión económica, con lenguaje técnico e ideológico, que no son comprensibles para la gran mayoría de la población. Con ese discurso distante y despectivo, que también silencia la Iglesia católica, se defiende todavía la acumulación de rentas y patrimonios, el funcionamiento de los mercados financieros en un mundo sin reglas y los intereses infinitos de un orden internacional obsceno, que asfixia sin compasión a una gran parte de la humanidad.