Desde el penalti de Djukic hasta Angrois

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

30 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Recuerdo perfectamente el día en el que llegué a Galicia. Era el 15 de mayo de 1994. Lo recuerdo porque es la fecha en la que entré a trabajar por primera vez en la redacción de este periódico, que entonces estaba en la plaza de Cuatro Caminos, en A Coruña. Pero también porque solo unas horas antes, el 14 de mayo, Miroslav Djukic había fallado en el estadio de Riazor el penalti contra el Valencia que privó al Dépor de ganar aquella Liga memorable. Cuando yo llegué, la plaza de Cuatro Caminos y la ciudad entera estaban todavía engalanadas con las banderas blanquiazules destinadas a celebrar aquella hazaña que no pudo ser. Recuerdo la infinita tristeza en los rostros de todos con los que hablé ese día. Pero recuerdo también cómo me impresionó la dignidad con la que encajaban el infortunio y recibían con la mejor de sus sonrisas al recién llegado, ayudando en todo, sin una queja, a quien entonces lo desconocía todo sobre Galicia.

En estos casi 20 años he vuelto a ver muchas veces, en circunstancias mucho más trágicas, esa misma capacidad de los gallegos de asumir la desgracia con fortaleza y de sobreponerse a todo para dar lo mejor de sí mismos en los momentos difíciles. Los vi hacerlo así en los incendios que arrasan el monte cada verano, en la catástrofe ecológica del Prestige o en las terribles riadas que lo destruyen todo. Desmontando siempre el tópico imbécil y dando siempre una lección de civismo.

No dudo de que si en lugar de en Angrois el tren hubiera descarrilado en Calatayud, en Puertollano o en Motilla del Palancar la respuesta de sus ciudadanos habría sido igualmente ejemplar. Pero nadie debería discutir a los gallegos el legítimo orgullo de haberse entregado sin descanso a recuperar los cadáveres, a socorrer a los heridos, a donar sangre a quien la necesitara y a consolar a los familiares de los fallecidos, fueran de donde fueran, escribiendo así, en medio de la calamidad, una de las páginas más bellas de su historia.

En aquel mayo de 1994, yo llegué a Galicia desde Madrid tras un larguísimo viaje en tren. Para entonces, hacía ya dos años que cualquiera podía desplazarse desde la capital a Sevilla en solo 2 horas y 50 minutos de cómodo trayecto de alta velocidad. Seis años después de que Djukic fallara aquel penalti, el Dépor ganó la Liga. Aquellas banderas cumplieron por fin su cometido. Pero han pasado ya casi cuatro lustros y Galicia sigue esperando su AVE.

En estos días se ha hablado mucho de que si el tramo de vía en el que descarriló el tren hubiera contado con una señalización ERTMS en lugar de la menos segura ASFA (esas malditas siglas que a todos nos ha tocado aprender), se habría evitado la tragedia. Pero nadie se ha cebado en un hecho incuestionable: si Galicia dispusiera de una verdadera línea de alta velocidad, esto no habría sucedido. Ahí tienen ya su respuesta quienes preguntan cada día para qué quieren los gallegos un AVE.