Barcenitis

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

13 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Dícese de la enfermedad sufrida por Jano bifronte, el mitológico dios romano de las dos caras. Una niega y la otra afirma, una exculpa y la otra acusa. A Jano se le atribuye la invención del dinero y se le invocaba para iniciar un negocio con fortuna. Camus cita al dios de las dos caras en su novela La caída simbolizando la dualidad existente entre el pasado (tesorero añado yo en una puesta al día que manipula el texto del autor francés) y el futuro (¿chi lo sa?).

Estaba profundamente conmovido por el fallecimiento prácticamente simultáneo de dos amigos muy queridos, Concha García Campoy y el editor Manuel Fernández Cuesta, cuando tuve que emprender un viaje inaplazable que convocaba a escritores gallegos en una cena literaria auspiciada por este diario, periplo al que me acompañó la sombra gelatinosa de Luis Bárcenas.

En el aeropuerto, mientras esperábamos el embarque, dos lectores de distintos periódicos nacionales blandían argumentos contrapuestos sobre el papel del preso popular, acerca del origen de su fortuna («es delito tener dinero» argumentaba el primero) y las implicaciones del presidente del Gobierno («Rajoy está limpio» respondía el segundo)

Y siguieron dando la vara hasta que cada uno se acomodó en su sitio y yo en el mío.

Y se sentó a mi lado una señora que también resultó lectora de un tercer diario, y que nada más ponerse el cinturón de seguridad me espetó rotunda refiriéndose a Luis Bárcenas, un «qué le parece el sinvergüenza» que fue el inicio de una tesis popular plagada de lugares comunes y consignas para el manual del tertuliano, que duró lo que dura el vuelo Madrid -A Coruña.

Estaba claro que Bárcenas se había colado de polizón. Quizás ese y no otro era su auténtico oficio pasando de matute órdenes bancarias de millones de euros viajeros que se cuentan por decenas en los paraísos del dinero.

Pero no acaba ahí la barcenitis aguda, pues el taxista que me traslada al centro de A Coruña comenta en alta voz apostillando la noticia radiada en un boletín informativo.

Hice como si no lo estuviera escuchando y me salvó de la alargada sombra del nuevo y dual personaje, una oportuna llamada del móvil. Ya instalado me dispuse a esperar a un amigo bebiendo en una terraza una copa de godello. Cuando me la servían, otro cliente interpeló al camarero diciendo casi a gritos que le parecía el golfo ese «menudo ladrón».

Las opiniones se diferenciaban con pequeños matices. Todos eran tirios, o todos troyanos, atacando la barcenasmanía con idéntica pasión. En la cena, con el resto de comensales de mi mesa, conselleiro de Educación incluido, no hablamos, ¡oh milagro!, de Bárcenas. No estaba invitado. Fueron dos horas de oasis. Créanme que lo he echado de menos.