Gracias y desgracias del LSD

Ramón Irigoyen
Ramón Irigoyen AL DÍA

OPINIÓN

29 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Se han cumplido los 75 años del legendario viaje en bicicleta con mayores consecuencias científicas de la historia. El 19 de abril de 1938 Albert Hofmann, un investigador de los laboratorios farmacéuticos suizos Sandoz con sede en Basilea, tras haber ingerido una dosis de LSD, una droga alucinatoria que él había sintetizado, montó en su bicicleta y, acompañado por un colega, hizo el experimento de dirigirse a su domicilio. Aquel viaje en bicicleta, quizá solo imaginario, tuvo unas consecuencias tan alegres como desgraciadas. El LSD actuó con la contundencia inherente a esta potentísima droga. El LSD anula el ego del incauto que lo ingiere o se lo inyecta. Y, anulado el ego, el sujeto puede llegar a creer, como un perturbado mental, que es el mismísimo Cristiano Ronaldo, el papa Pío XII, Margaret Thatcher, el poeta latino Virgilio o incluso Dios Padre, una alucinación nada infrecuente entre los consumidores de esta droga. Como se ve, la distorsión del tiempo, del espacio y de la personalidad son, como ahora se califica incluso la simple compra de un kilo de naranjas, espectaculares. Los colores que vio Hofmann y los terrores que sufrió fueron equiparables a los que leemos en el paraíso y en el infierno de la Divina comedia de Dante. La historia científica, artística, médica y legal de esta droga es apasionante. Sin ir más lejos, yo mismo, con cariño de madre, le dediqué un sentido poema: Con LSD bajo la lluvia y sobre el sol.