¿S e ha cortado en seco la carrera de un futuro presidente del Gobierno español? Esta es la primera duda de alcance político que suscitan las fotos de Alberto Núñez Feijoo en compañía de Marcial Dorado. Y solo hay una respuesta posible: el tiempo lo dirá, pero esa es la intención. Quien estuviera en posesión de las fotos no las entregó al diario El País para hacerle un favor al presidente de la Xunta. Lo hizo para hacerle el máximo daño posible y ahí caben todas las hipótesis: desde la venganza por lo ocurrido hace cinco años con Anxo Quintana hasta una operación política para agravar la ya delicada situación del PP, pasando por una maniobra de alguien de su propio partido para apartarlo de la carrera de sucesión a Rajoy, en la que está como gran favorito. La imaginación es libre para fantasear cualquier conspiración.
La segunda duda es cómo esas fotos han entrado en el circuito informativo. Si se acepta la hipótesis de que han sido incautadas en un registro policial en el domicilio de Dorado, estamos ante un problema de mayor envergadura: alguien utiliza fondos documentales de la policía con objetivos políticos. Recordemos cuando Dolores de Cospedal denunció públicamente, y precisamente desde Galicia, que el socialismo entonces gobernante estaba usando los servicios de la seguridad del Estado con fines partidistas. Si esto fuese así, lo de menos serían las fotos. El escándalo sería el origen de su difusión.
Dicho eso, este cronista no participa de la cacería de Núñez Feijoo. Está claro que esas imágenes ponen un borrón en una biografía hasta ahora intachable. Está claro también que él tiene conciencia de la dificultad del momento y por eso ha reaccionado con la agilidad del hombre herido en su honor y en la limpieza de sus comportamientos. Y está claro, por último, que la oposición hace lo que manda el guion escrito para estos casos: pedir su dimisión, como Feijoo lo hubiera hecho si los fotografiados hubieran sido Pachi Vázquez, Xavier Vence, Yolanda Díaz o Xosé Manuel Beiras.
¿Debe dimitir? Feijoo dice tener la conciencia tranquila, y le creo. Si el episodio es profundamente desagradable, que lo es, hay que situarlo en el tiempo en que se produjo; en un problema de ingenuidad; en una alegría de gente joven, seducida por ocasiones de ocio y, desde luego, en un ámbito de desinformación sobre el personaje Marcial Dorado: quien se imagine a Núñez Feijoo compartiendo veladas con un narco es que no lo conoce. ¿Van a ser más decisivos esos detalles que el conjunto de la biografía del presidente gallego? ¿Más que su capacidad técnica? ¿Más que su austeridad y su honradez demostradas? ¿Más que su categoría personal y política? Sería una profunda injusticia.