Angela Merkel derrota a Rubalcaba

OPINIÓN

21 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En la sesión matutina del debate solo habló Angela Merkel, aunque, por cuestiones reglamentarias, tuvo que hacerlo por boca de Rajoy. El análisis de la crisis, correctísimo, era de Merkel. La doctrina aplicada para la solución era de Schaüble, su gran ministro, sin concesiones de ningún tipo ni a Obama ni a Hollande. Las promesas de mantener el timón firme -sin ceder a lamentos demagógicos, ni a la expansión incierta, ni a los atajos del empleo ficticio- parecían sacadas de un memorando del BCE. La idea de que no habrá crecimiento seguro si no viene precedido de un duro ajuste fiscal y un aumento de la competitividad parecía dar la razón a la mano de hierro de la canciller alemana. Y la sensación de que las grandes cifras empiezan a cuadrar, y de que la economía española vuelve a ser fiable para el mundo, sonaba a la palmadita de premio con la que toda la UE quería respaldar al Gobierno español.

Los ribetes internos -la lucha contra la corrupción, los incentivos del ICO y las demoledoras comparaciones con la era Zapatero- las puso Rajoy. Pero el noqueo con el que Rubalcaba inició la sesión de la tarde lo había causado directamente el recio e imbatible discurso de Merkel, contra el que el líder de la oposición solo pudo usar dos armas que disparan por la culata: los eslóganes -en cuyo desprecio se recreó Rajoy durante la réplica- y la demagogia revestida de avanzadilla social, como si el PSOE aún no hubiese aprendido que aunque la impotencia se vista de seda, si impotencia era impotencia se queda.

La astucia de Rajoy estuvo en darse cuenta de que, de toda su gestión, solo es salvable lo que hizo al dictado; que, llegando al debate en medio del bochorno Bárcenas, con sus promesas electorales convertidas en sarcasmos, con todos los récords de Zapatero pulverizados, y con un discurso de partido pobre, desorientado y titubeante, su única esperanza era «la prima de Zumosol»; y que si llevaba a Rubalcaba a medirse con Merkel, en vez de hacerlo con Montoro, el líder socialista iba a verse obligado a imitar a Cayo Lara. Y así pasó lo que pasó: que aunque Rubalcaba sigue siendo muy bueno en la tribuna, no pudo superar a un contrincante que, aunque cojo y tuerto, salió a saltar con pértiga de fibra de fabricación alemana.

Lo único que no entiendo es por qué Mariano Rajoy no quiere usar a diario un discurso de crisis que en términos técnicos es rotundamente demoledor. Ni por qué sigue fiándose más de su habilidad para engañar a un pueblo al que considera ignorante, insolidario y egoísta, que de su capacidad de informar con objetividad a los ciudadanos que necesita motivar y comprometer en la lucha contra el desorden económico en el que estamos instalados. Quizá por eso, acorralado por trece meses erráticos, ayer se limitó a ser un magnífico altavoz del discurso de Angela Merkel.