Entre Obama y Ratzinger, Baltar y Bárcenas, y Lendoiro y Obradoiro, está pasando sin pena ni gloria la trascendental visita que están haciendo a nuestras rías un grupo de diputados del Parlamento Europeo, cuya misión consiste en comprobar in situ la catástrofe ecológica que estamos padeciendo, la pésima gestión que hemos hecho de los recursos aportados por la UE para el saneamiento integral de tan valiosos espacios, y la falta de conciencia cívica que existe sobre este problema, que, por no ser perentorio, resulta siempre relegado a favor de cualquier comadreo que surge por ahí.
Cierto es que las visitas desarrolladas hasta ahora fueron comentadas con un lenguaje protocolario que, valorando generosamente lo que vamos a hacer -se Deus quixer- de aquí al 2020, o las inversiones que, bajo la amenaza de enormes sanciones, hemos programado en los últimos cuatro años (269 millones de euros), nos está ocultando que el proceso para el saneamiento definitivo de las rías se inició hace más de 20 años, que los resultados obtenidos hasta ahora ponen de manifiesto una lamentable gestión del tema y un tremendo desvío de fondos hacia obras populistas y suntuarias que ahora languidecen al pairo de la crisis, y que el tremendo esfuerzo que ahora estamos obligados a acometer nos hace plantear en época de vacas flacas lo que pudo estar hecho con plena comodidad en época de vacas gordas.
El tremendo número de depuradoras costeras que ahora debemos acumular (151) también pone de manifiesto tres graves preocupaciones: que, a la vista de lo que está pasando en el interior, no está nada claro que los concellos titulares de esas instalaciones puedan mantenerlas en funcionamiento; que no es de recibo que los sistemas de saneamiento se sigan planificando con carácter tan local que va dejando infinitas fisuras en el objetivo del tratamiento integral, y que no tiene sentido seguir matándonos en estas cruzadas imposibles sin que nadie tenga la más mínima intención de poner orden efectivo en la relación entre población y territorio.
Aunque estamos acostumbrados a hablar del desgobierno a través de los casos de duplicación o fragmentación de los servicios (puertos, aeropuertos, universidades, vías de alta capacidad, hospitales y centros de salud, infraestructuras culturales y un largo etcétera), creo que el caso del saneamiento de ríos y rías es el que mejor evidencia un desastre de gobernación sin paliativos, y no solo por el retraso que hemos acumulado en obras esenciales, o por el costo desorbitado que implica el abordaje efectivo de los planes, sino porque seguimos trabajando sobre un modelo territorial que convierte muchas inversiones en despilfarros y muchos proyectos en utopías.
Menos mal que Galicia también se despuebla y envejece. Porque cuando seamos pocos, también contaminaremos menos.