Lo que se cuenta en voz baja

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro ÚLTIMA BRETAÑA

OPINIÓN

13 feb 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

Ya se sabe que las palabras importantes no precisan ser dichas en voz muy alta. Y lo cierto es que la frase, aun refiriéndose a quien poco después iba a renunciar el solio pontificio, podría carecer por completo de importancia. Al fin y al cabo, surgía en medio de una conversación privada. Pero quien la pronunció es una de las personas más próximas, en lo que al afecto se refiere, a ese papa que ya se está marchando. Uno de los cardenales electores del próximo cónclave. Un hombre, dicho sea de paso, al que mientras permaneció en España se le tildó no solo de ultraconservador, sino hasta de reaccionario, cuando a lo mejor no lo era tanto. «El papa tiene que sentirse muy solo, ¿verdad?», le preguntó en Roma, al cardenal en cuestión, un amigo que se formó y que enseñó en la misma universidad que él. «Lo que siente -respondió él- es que lo han abandonado». Y todo esto no pasa de ser una anécdota. El viento podría haberse llevado, fácilmente, esa conversación mantenida en voz baja. Pero las cosas han cambiado muy rápido. Tanto, que el papa marcha. «De la cruz uno no se baja», ha dicho, y en su caso públicamente, otro cardenal, Stanislaw Dziwisz, que hoy es el arzobispo de Cracovia, pero que durante el pontificado de Juan Pablo II mandaba bastante más que ahora, o eso cuentan -don Estanislao, le llamaban entonces, se supone que a cierta distancia, aquellos a los que no les caía del todo simpático-, como secretario personal de Wojtyla. También Bagnasco, el presidente de la Conferencia Episcopal italiana, declara -eso sí, con algo más de sentido de la diplomacia que el prelado polaco- haber recibido con «desconcierto», y hasta con algo de incredulidad, la noticia de que Ratzinger ha decidido poner punto final a su pontificado. Mientras tanto, lejos de las púrpuras de la Santa Sede, por aquí cerca hay algún obispo de diócesis antigua y muy pequeña (uno de esos prelados a los que las intrigas romanas traen sin cuidado, porque lo que de verdad les duele es que haya tanta gente que sufre y que Cáritas no dé abasto, y a los que uno se encuentra solos, bajo la lluvia, cuando van a cortarse el pelo, de gabardina vieja y sin paraguas) que ve con profundo dolor, aunque calle, que se va el papa que le dio la mano. Y no es el único.

Uno de los grandes intelectuales del siglo XX, de hecho un gran pontífice, finaliza su pontificado de una forma, como mínimo, extraña. Sea lo que sea lo que de verdad ocurre, él actúa según su conciencia. Nada hay, por tanto, que reprocharle. Pero quizás tampoco esté de más hoy tener un recuerdo emocionado para aquel otro papa llegado del frío que habló algún día con la voz de los profetas, y que en un gesto de verdadero amor hacia los enfermos, hacia los ancianos y hacia todos los que sufren, quiso calzar las sandalias del pescador hasta que aquel que había dicho su nombre lo llevó consigo a su lado.