Dépor: no, el culpable no era el mensajero

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

11 ene 2013 . Actualizado a las 13:09 h.

La bárbara costumbre de matar al portador de malas nuevas, propia de las culturas de la Antigüedad, sigue, sorprendentemente, teniendo hoy seguidores, empeñados en culpar de las desgracias que han provocado o pueden provocar a quienes los anuncian o advierten de la posibilidad cierta de que puedan llegar a producirse.

Corporativamente este periódico y personalmente su editor han sido tildados, una y otra vez, de anticoruñeses y antideportivistas por el hecho de haber cumplido con su obligación con los lectores y, más en general, con la opinión pública gallega, al advertirla, mediante puntual información y muy sólidas razones, sobre la alta probabilidad de que la irresponsable gestión llevada a cabo por los directivos del Real Club Deportivo de La Coruña condujese al gran equipo gallego al desastre que ayer se confirmó: un concurso de acreedores que no es más que la consecuencia final de una forma demencial de administrar una sociedad anónima deportiva por parte de un presidente que la manejaba como si fuera de su exclusiva propiedad.

Hasta tal punto llegó a hacerlo Lendoiro, que se consideró con derecho a prohibir la entrada a Riazor de los informadores de La Voz, el primer periódico de A Coruña y de Galicia, solo porque las noticias que este medio, en uso de la libertad de información veraz, transmitía a sus lectores no eran de su gusto, tan personal como sectario y caprichoso.

Pues bien, la historia, como tantas veces, ha acabado por colocar las cosas en su sitio y a cada uno en su lugar, dándole plenamente la razón a quienes, muchas veces en la más completa soledad y no pocas con incomprensiones dolorosas, han tratado de avisar de lo que se le vendría encima al Deportivo, cuyos miles de socios y cientos de miles de seguidores no merecen haber recibido, a cambio de su lealtad, la desidia de un equipo directivo que ha conducido a una situación calamitosa a uno de los grandes clubes de fútbol españoles.

En esta calamidad del Dépor, cuyas deudas son en euros millonarias y milmillonarias en pesetas, la principal responsabilidad corresponde, sin duda, a quien lo ha llevado a la ruina, pero también a quienes -empezando por el Consejo Superior de Deportes- deberían haber evitado, mediante los controles oportunos, que un equipo de fútbol pueda llegar a deber 70 millones de euros a la Hacienda pública española. Una Hacienda pública que trata, como es palpable, con raseros muy distintos las deudas tributarias: si uno debe poco está aviado, pero si debe mucho recibirá un trato preferente.

Ayer se escribió una página en lo que ha sido, sin ningún género de dudas, una desgracia anunciada. No estaría de más, por eso, el público reconocimiento a quienes han tenido el coraje de decir la verdad cuando tantos mentían o aceptaban a sabiendas las mentiras.