El cronista vive en una ciudad emocionante. Si se pone enfermo, puede encontrar un letrero en la puerta de su médico de cabecera que dice: «Estamos en huelga». De hecho, 40.000 consultas han tenido que ser aplazadas. Si se baja al metro, tiene muchas posibilidades de encontrar las puertas cerradas. Si tiene que coger un avión, se encontrará el aeropuerto lleno de basuras y un grupo de sindicalistas vociferantes. Si se dispone a tomar un tren de cercanías o un autobús urbano, hará bien en preguntar si están en huelga antes de salir de casa. Si pone la televisión, encontrará una foto fija en Telemadrid, que vive jornadas dramáticas por el anunciado despido del 80 % de su plantilla. Se acaba de hacer recuento de las manifestaciones de este año, y sale una media de nueve diarias. Y si no hay huelga del personal docente, es porque está de vacaciones.
Sí, vivir en Madrid es emocionante. Y gobernar Madrid, más emocionante todavía. Eso de no saber qué incendio tendrás que apagar al levantarte por la mañana da a la tarea de gobierno una dosis de intriga solo comparable a la tarea de contar cuántos ciudadanos estarán pasando hambre. Lo que ocurre es que estos últimos ni siquiera protestan. Por eso viene a la memoria la oportunidad de la dimisión de Esperanza Aguirre, que ahora puede contemplar los espectáculos desde la distancia, feliz de haberse marchado en el momento adecuado, como si adivinara lo que le venía encima. Y por eso entiendo muy bien a su sucesor, Ignacio González, que ayer clamó contra la ausencia de una ley de huelga que evite el uso «abusivo e intolerable» de este recurso.
Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Ahora no queda más remedio que aguantar el chaparrón de la protesta, pedir que no se extienda y que no contagie al resto de las ciudades españolas. ¿Ley de huelga? Llevamos más de treinta años pidiéndola cada vez que arrecia la tormenta laboral, y es probable que nos esperen treinta más con la misma demanda: siempre será mal momento para hacerla. Propongo que se prueben otro tipo de soluciones. ¿Qué tal si no se dieran motivos para el descontento? ¿Qué tal si los poderes públicos fuesen algo más flexibles, como corresponde al delicado momento económico que vivimos? Si no fueran tan rígidos en el programa de privatización de la gestión sanitaria, los médicos quizá volverían a sus consultas. Si no se hiciese un ERE tan drástico y brutal en Telemadrid, los sindicatos no tendrían tanta fuerza para paralizar la emisora. Si se estableciera una cultura de más diálogo y menos imposición no se acudiría a la huelga con tanta facilidad y eficacia. La huelga es siempre mala solución, pero el motivo para hacerla puede ser bastante peor.