La terrible sensación es que no nos están contando la verdad, que nadie sabe cómo salir de esta y que al final del túnel España será más pobre, tendrá muchos más excluidos sociales y un Estado de bienestar jibarizado. Mariano Rajoy, muy en su papel, trata de convencernos de que tiene una hoja de ruta que nos lleva, lentos pero seguros, hacia la senda de la recuperación y la creación de empleo. Después de un año de mandato, ya nos remite al 2014 para que se empiecen a ver sus frutos. Mientras, la economía se hunde en una profunda recesión y el paro se dispara hacia la terrorífica cifra de los seis millones, que cuando era más bajo y él era líder de la oposición consideraba, con toda la razón, insoportable e inaceptable.
En paralelo a ese discurso oficial conviven previsiones apocalípticas. Según el FMI, España se enfrenta a una década perdida en términos de PIB y a altísimas cifras de desempleo durante años. En un reciente informe, Intermón Oxfam advierte de que si se mantienen las medidas de austeridad y los recortes necesitaríamos un cuarto de siglo para recuperar el nivel de bienestar social del 2008 y habría 18 millones de pobres, el 38 % de la población, dentro de diez años. Ya resulta obvio que las recetas de austeridad a ultranza que prescribe Merkel como aceite de ricino, que se traducen en sufrimiento de los ciudadanos, nos conducen al desastre social. A los que se quedarán para siempre en el camino no les valdrá de nada que se cumpla el déficit. Pero las alternativas son difusas y se resumen en apostar por el crecimiento. La cuestión es cómo. A la espera de dar con la tecla, lo que es tremendamente injusto es masacrar a los más débiles y a las clases medias.