Yo no iré a la huelga, pues creo que la que han convocado para hoy los sindicatos, con el incomprensible apoyo del PSOE, le sentará al país como un palitrocazo a un moribundo. España atraviesa una situación económica y social delicadísima, que exige grandes acuerdos entre las fuerzas políticas y las fuerzas sindicales y no dos huelgas generales sucesivas en poco más de medio año. Si la salida de la crisis depende en gran medida de la credibilidad exterior de nuestra economía, la nueva huelga general provocará el efecto contrario del que dice perseguirse: lejos de adelantarla, retrasará la salida de la crisis.
Los convocantes de la huelga no ignoran, por lo demás, que el margen de maniobra para hacer las políticas que ellos vienen exigiendo, ahora con mucha mayor dureza que cuando gobernaba Zapatero, resulta, de hecho, más que corto, pues las grandes decisiones macroeconómicas se adoptan con carácter general para todos los países de la UE, limitándose el Gobierno -este y el anterior- a plasmarlas en los Presupuestos del Estado.
Mucho mejor que los simples ciudadanos, esto lo saben los sindicatos, uno de los cuales, CC.?OO., ha aplicado, sin ir más lejos, en el ERE que afectó en Galicia a sus empleados de la Fundación para la Formación y el Empleo, las indemnizaciones fijadas en las reformas laborales que afirma querer tumbar con esta huelga. Y lo sabe, por supuesto, el Partido Socialista, que, entregado al peor de los populismos, hubo de enfrentar una huelga de igual tipo y por motivos similares a los que justifican la que ahora apoya con todo su entusiasmo.
Sea como fuere, la huelga está convocada para hoy y en ella deben de poder participar con libertad todos los que deseen hacerlo libremente. El derecho de huelga -sean los motivos por los que se convoca errados o acertados- es un derecho fundamental que ha de respetarse escrupulosamente cuando se ejerce dentro de la ley y en los términos que aquella fija para garantizar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad. Pero tener derecho a la huelga es todo lo contrario de ser compelido a hacerla por la fuerza por esos grupos que, con un eufemismo ocultador de la verdadera realidad, llamamos piquetes informativos, se comportan, en muchos casos, como auténticas partidas de la porra, que obligan a ir a la huelga por las malas a quienes, con idéntico derecho que los huelguistas, no quieren hacerla por las buenas.
España necesita sosiego, sentido común y voluntad de arrimar el hombro de forma solidaria, lo que significa, entre otras cosas, que los terribles efectos de la crisis se repartan con más justicia que hasta ahora. Pero nada de eso podrá arreglarse, por desgracia, con una huelga general. No hay más que mirar al pasado de España para verlo con absoluta claridad.