El Año de la Fe

OPINIÓN

25 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

No se podía dejar pasar el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, un acontecimiento que marcó no solo la historia de la Iglesia católica sino que dejó también su impronta en la historia universal (por ejemplo, contribuyó decisivamente a la expansión de la doctrina de los derechos humanos y, por lo que se refiere a España, su importancia fue crucial para que Franco entendiese que el país tenía que caminar hacia la democracia).

Benedicto XVI, uno de los pocos testigos vivos de aquel magno acontecimiento, entendió que la mejor forma de celebrarlo era reflexionar durante todo un año sobre lo que está en la base del cristianismo: nos fiamos de la palabra del hijo de José y de María, Jesús de Nazaret, quien nos habló de un Dios que es amor, que está en el inicio y en el final de toda vida humana. Quiere el papa que seamos testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado en medio de una sociedad que, pese a los esfuerzos secularistas de algunos (no hay más que ver el comportamiento de algunos profesores y directores de colegios públicos respecto a sus compañeros del área de religión), está más hambriento que nunca de Dios. Y es que el cristianismo, con todo lo que tiene de específico, se integra dentro de la apertura antropológica a lo absoluto y definitivo.