Religión y Estado

OPINIÓN

24 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

La identificación de religión y Estado se encuentra en la raíz de la tensión en Oriente Próximo, quizá el problema más arduo en el panorama internacional, por el enfrentamiento significativo de Israel e Irán y por las delicadas relaciones del mundo islámico con Occidente. Las reacciones violentas por un vídeo irrespetuoso sobre Mahoma y por caricaturas publicadas del profeta son manifestaciones extremas condenables, pero que invitan a la reflexión sobre el respeto a las convicciones religiosas, aunque no se compartan. En este ambiente, con dudas acerca de la deriva posible por la victoria electoral de partidos islámicos y una Siria que se está autodestruyendo, se realizó el viaje de Benedicto XVI al Líbano.

El fundamentalismo, tiene dicho, es expresión deformada de la religión, una falsificación que va en contra del ser de la religión, que invita a difundir la paz. Con esa palabra semítica saludó a los auditorios y exhortó a construir la cultura de la paz en favor de la dignidad de la persona, que requiere una elección libre, contra la que se atenta con la violencia verbal o física. Animó a hombres de Estado y responsables religiosos a reflexionar sobre la necesidad de palabras y gestos de paz que creen una atmósfera de honestidad donde las faltas y las ofensas producidas puedan ser reconocidas con verdad para avanzar juntos en la reconciliación. El islam y la cristiandad pueden coexistir en un espíritu de fe y en una sociedad libre y humanitaria. «Ha llegado el momento de que musulmanes y cristianos se unan para poner fin a la violencia y las guerras». Elogió el grito de la libertad que impulsó la «primavera árabe», advirtiendo del riesgo de olvidar la tolerancia del otro, porque «la libertad humana es siempre una libertad compartida, que solo puede crecer en la solidaridad, en el vivir juntos con determinadas reglas».

Las palabras de Benedicto XVI no contienen un programa político. Fueron pronunciadas de acuerdo con la función de la religión que él mismo subrayó ante los parlamentarios británicos: «El mundo de la racionalidad secular y el de las creencias religiosas necesitan uno de otro». Estado y religión no deben confundirse, pero tampoco ignorarse. Vale para cualquier país, también para el nuestro, sin que existan vetos a las personas, ni sectarismos.

La apelación del rey al espíritu de la transición me lleva a recordar la redacción del artículo 16 de la Constitución en el que se reconoce la libertad religiosa y que ninguna confesión tendrá carácter estatal. La mención a la Iglesia católica tiene su pequeña historia. No constaba en el proyecto. Fue una enmienda de UCD cuya autoría conozco, defendida por Carrillo porque «la Iglesia católica por su peso tradicional no tiene, en cuanto fuerza social, ningún parangón con otras confesiones igualmente respetables». El socialista Peces Barba, también fallecido, sorprendido y aislado, se abstuvo, aludiendo a que un importante sector de la Iglesia era reacio a la mención.